He aquí uno de los más grandes problemas del rock en Bolivia. Y, extrañamente, he aquí su más grande panacea también (hablaré de esto al final).
¿Alguna vez nos hemos preguntado por qué es inusual que nuestros padres conozcan la música que escuchamos? Vemos cómo nuestros amigos hacen un despliegue de selfies, vanagloriándose de que sus abuelitos escuchan sus bandas favoritas con ellos a la hora del almuerzo o en el auto y, de fondo, sí estamos un poco sorprendidos.
¿Por qué? La música contemporánea en Bolivia no logra superar su barrera generacional casi nunca, y creo que esa es una de las grandes debilidades que tenemos. El folklore y la cumbia trascienden edades y arrasan en las recepciones de bodas, pero si queremos poner una determinada banda de rock para que todos bailen, lo pensamos dos veces.
Estas son mis 3 teorías!
Bolivia y la barrera generacional en el Rock
El síndrome de chaperones
La primera vez que me sentí una chaperona fue en el Live Buzz el año pasado. Tocaban varias bandas jóvenes aventurándose en sus primeros conciertos. Yo, curiosa, convencí a un amigo de Estados Unidos para que me acompañara. Los dos teníamos 23 años. La primera banda que tocó tenía músicos mayores. Y, en realidad, yo no usaría este término porque nunca he prestado atención a la edad (excepto por el anterior guitarrista de Mortsure, ¡y hasta ahora extraño verlo en los escenarios!).
Lo cierto es que, luego de la primera banda (que se fue a minutos de haber terminado), sentí que yo era muy vieja como para estar ahí. La cosa no mejoró cuando llegó una amiga mía y encontró que su primito estaba de guitarrista. Mi bebé está tocando, me decía toda emocionada mientras yo le preguntaba ¿qué nos pasó? Éramos muy viejas para bailar con el resto y muy jóvenes para sentarnos al lado de los padres (sí, señores, estaban los papás de los músicos, llevando sus abrigos y sus estuches de guitarra).
Sólo unos meses antes había tenido uno de mis últimos conciertos con la banda en la que tocaba. Un amigo de colegio apareció y me dijo que la banda de su hermanito iba luego de la mía. Creo que no es necesario seguir enfatizando lo incómodo de este tipo de situaciones. Simplemente hay que aceptar que llega un momento en el que el síndrome de chaperones te llega.
¿Cuáles son sus causas? Más allá de la vestimenta, creo que se siente en el comportamiento. Los jóvenes son bastante ruidosos y eso, de hecho, es muy bueno. Se siente el apoyo que hacen a sus amigos de colegio y lo nuevo que es para ellos experimentar la música en vivo (la entrada a los bares tiene límites de edad, ¿no?). Pero también se siente esa ausencia de independencia y esto es algo de la cultura boliviana en general. El apego y dependencia a los padres en los jóvenes de clase media es, más que una probabilidad, una promesa.
¿Habrá un factor biológico/genealógico/no sé qué llamarle? No tengo idea, pero 3 personas me preguntaron si mi amigo de Estados Unidos tenía más de 30 años y eso me extrañó muchísimo. ¿Por qué ellos se ven mayores y nosotros no? Señores: no tengo idea. Pero en algo ha apoyado a su escena, porque sean de la edad que sean no se pierde nunca la seriedad.
Y es que, de fondo, que las bandas nuevas sean jóvenes no es el problema, sino que las bandas siempre son jóvenes y siempre son nuevas. Poco a poco, los músicos que ya llevan años tocando ven que no existe un futuro sustentable con lo que hacen, así que deciden: a) pasar al lado oscuro de la cumbia ó b) dejar la música para los fines de semana con su colección de discos.
Si optaron por la opción b) es triste. En esta sociedad hay que aprender a vivir con el olvido. Dejan de tocar, las nuevas escenas les pierden el rastro y en un par de años se les olvida. Las escenas no tienen memoria a largo plazo, y eso es algo que siempre reprocharé de la sociedad boliviana.
Por su parte, los músicos que dejan de tocar mantienen su amor por la música pero se desprenden de la escena. Dejan de consumir los discos, los conciertos… Quizás vayan un par de veces a ver a Octavia o Atajo, e incluso a una de las nuevas bandas, pero eventualmente a ellos también les llega el síndrome de chaperones. El olvido va de ambos lados.
No somos nosotros. ¡Son ellos!
Ahora bien, dejando de lado el factor etario del público, también tengo que reconocer que, por lo general, los nuevos proyectos en Bolivia se lanzan muy pronto al escenario. En mi decálogo para el éxito declaré que una banda debe estar segura de su capacidad y de su material antes de presentarse. Muchas bandas no lo están. Y si están seguras de sí mismas, es todo una ilusión.
El apoyo exasperado de los teenagers no necesariamente significa que lo estás haciendo bien. Tienen que tener en cuenta que es un público neófito. Existen bandas excepcionales que logran congregar generaciones en un solo auditorio. Esas bandas son eso: excepciones (y bandas que llevan décadas tocando). Por lo general, el público “mayor” es más exigente y tienes que ganarte el derecho de piso con ellos. ¿Hay bandas jóvenes que logran tal congregación? Poquísimas.
Pero no crean que estoy culpando a los jóvenes solamente. Los músicos con más años también tienen un poco de responsabilidad en esto de las barreras generacionales. Y es que no han logrado crear nuevas dimensiones a géneros como el rock. No han dejado algo para rescatar.
¿Alguna vez han escuchado hablar del Dad Rock? Músicos como Bob Dylan, Eric Clapton, Paul McCartney, entre muchos otros, mudan de temática y estilo, sin salir del rock. Así, las letras ya no hablan tanto del primer amor o de la fiesta del año, sino de la experiencia de ser padre, de establecer una familia o de otras vivencias destinadas a un público-nuevamente-“mayor”: hombres de más de 30 que también son jefes del hogar, con un recientemente adquirido gusto por los solos de saxofón (esto es chistoso pero muy cierto).
Los músicos crecen y su música con ellos. Así, el público también tiene nuevos elementos con los cuales identificarse (¿olvidé redundar en que ellos también han ganado un par de años?). La escena no se desgarra: se ramifica. Lo más cercano a esto que he podido encontrar en Bolivia es la división entre la vieja escuela de la música folklórica (Kala Marka, Awatiñas, Los Kjarkas, Alaxpacha, etc.) y las nuevas agrupaciones con fusiones más “modernas” (Chila Jatun-los hijos de Los Kjarkas-, Huayna Wila, Maria Juana y la infinidad de otras agrupaciones con canciones que incluyen temas picarescos o neologismos del siglo XXI).
¿El factor plurinacional? ¿Será?
Cuando fui al concierto de Norte Potosí (agrupación folklórica que lleva más de 30 años haciendo música) no podía evitar sentir la filiación regional del público con los músicos. La vocalista o el charanguista hacían chistes y el público respondía en quechua. En un momento, el charanguista preguntó si alguien era de cierto pueblo y 2 ó 3 personas, emocionadas, levantaron las manos. Otros gritaban “¡Chayanta!”, “¡Llallagua!”, aludiendo a su lugar de origen. Gritaban “¡Arí, arí!” (Sí, en quechua) cuando la vocalista anunciaba una u otra canción.
Al salir del concierto, mi mamá (con quien había asistido), me dijo que había recordado tanto con esas canciones. Me habló sobre un amigo que tuvo cuando ella era joven, que murió trabajando en las minas de Potosí. Me habló de las canciones que mi papá le cantaba cuando aún estaba sano (Norte Potosí recupera canciones típicas de los pueblos, que se transmiten de generación en generación en las fiestas) y de las épocas en las que ella sólo quería bailar. Quizás ahora suena cursi, pero en ese momento, cuando me dijo que su alma había querido llorar, a mí también me nació una nostalgia casi indescriptible. La música había cobrado memoria.
Bolivia tiene una población urbana prominente y en constante crecimiento. Gran parte de esta población, sin embargo, migró del campo a la ciudad. Reprochar a las generaciones pasadas el no acoplarse a un nuevo esquema musical completamente diferente a lo que escucharon durante toda su infancia es, más que innecesario, un poco desconsiderado.
Ahora sí, la supuesta panacea…
Dicho esto, el público al que debemos enfocarnos en Bolivia ahora es muy obvio. Los jóvenes, nietos de la democracia, hijos de las nuevas ciudades, del internet, tienen ahora una ola de publicidad asaltando su vista por doquier. Estos jóvenes tienen las constantes fiestas, reuniones, etc. Sus opciones son amplias, excepto en el ámbito del rock.
Aparte del Live Buzz, el Teatro Nuna y los conciertos anuales de Alcoholika y Llegas en teatros, no se me ocurren más espacios musicales aptos para menores de 18 años, de costos accesibles y en horarios que no sean nocturnos. La pregunta no es por qué, sino cómo solucionarlo. Y creo que esto ya es tema para otro artículo de opinión.
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