Si hay alguien que sabe convertir el caos en ritmo, es Miguelito Veneno. DJ, productor y formador, su nombre ya resuena en los circuitos de la música urbana extremeña, pero en este proyecto su talento se pone al servicio de algo aún más grande: abrir horizontes a través del beat.
Desde la cabina improvisada de un aula, enseña a jóvenes en situación de riesgo a mezclar no solo música, sino emociones, historias y posibilidades. Con una mesa de mezclas como brújula, Miguelito nos habla del poder de la música electrónica como herramienta de empoderamiento y de cómo se enciende la chispa cuando un joven escucha su primera mezcla y se reconoce capaz dentro del Proyecto Ser Escuchado.

Miguel, bienvenido a LaCarne Magazine. Pensamos que el acceso a herramientas profesionales suele ser un estímulo enorme para los chicos. En tus sesiones, ¿qué impacto emocional tiene en los jóvenes el hecho de poder crear sus propias mezclas y sonidos?
Hola, muchas gracias por el recibimiento. En primer lugar, el impacto en la creación de mezclas y sonidos directamente va ligado con hacer “tuya” la música que suena, porque es cierto que cuando escuchas una canción estás escuchando a un artista en concreto, o estás más pendiente a una instrumental de un productor, pero cuando haces una mezcla, tú pasas a ser parte de unión en esas canciones.
Eres por un momento “el productor”, el que ha creado esa unión de canciones, y, ante un público, eres la persona que ha creado eso y el público lo entiende como tal.
A veces, el simple hecho de descubrir que se tiene talento puede ser un antes y un después. Según tu experiencia, ¿has percibido momentos de “clic” en los que los participantes descubren que tienen talento o sensibilidad musical?
El descubrimiento de ese “clic” es el que motiva a todas las partes del aprendizaje, porque hay una motivación extra en la persona que está aprendiendo, y hay un cachito de luz para poder trabajar a través de esta motivación.
La motivación activa automáticamente todos los sentidos, y la recepción de la información es máxima. Es ahí cuando empieza el cambio.
Enfrentarse a una mesa de mezclas por primera vez puede ser abrumador… pero también empoderador. En tu opinión, ¿cómo cambia la actitud de los chavales al enfrentarse a una mesa de mezclas por primera vez y luego dominarla?
Tener una serie de botones que, en una primera fase, no sabes para qué sirven, es abrumador a todos los niveles.
Después llega el momento de filtrar y desglosar todo este teclado de botones redondos, cuadrados, con potenciómetros, perillas y palancas que, como todo, es más sencillo de menos a más y en orden, para ir adaptando los movimientos de las manos a las secuencias de acción de estos botones.
En un entorno donde a menudo no pueden decidir ni sobre su tiempo, mezclar música puede ser un gesto de libertad. Para ti, ¿qué crees que simboliza para ellos el acto de mezclar música en un entorno donde muchas veces no pueden elegir nada?
Soy muy repetitivo si digo que la música activa y crea sentimientos. ¿Quién no sonríe, baila, canta, abraza, e incluso llora con la música?
Pues ahora sólo tenemos que imaginar que la música la van a elegir los chicos, que van a ser ellos quienes delimiten en qué estado se encuentran.