¿Qué es el Realismo Disidente?
A Wit Wisdom Witness lo conocí hace más o menos una década. Me impresionó su figura, su porte, sentado en un trono y rodeado de personajes singulares (entre ellos, una mujer madura con un abrigo de visón).
Él llevaba en ese momento una chaqueta blanca, un pantalón rojo, una camisa y corbata negras, un medallón de madera alrededor del cuello, y el pelo y la barba rotundamente negros. Era como un caudillo, un rey africano comedor de niños.
Lo primero que pensé es que Arín Dodó necesitaba su presencia. Me presenté a él y desde entonces hemos mantenido una relación de amistad y artística muy fructífera.
Lo quiero incluir en esta sección porque, aunque no es una entrevista como las demás, Wit Wisdom Witness nos explica (después de una sesión maratoniana de escritura improvisada, automática, volcánica y visceral) su punto de vista sobre la vida y el arte.
No tiene desperdicio. Disfruten con Wit Wisdom Witness primero con tres vídeos como aperitivo, donde se ven sus dotes improvisadoras:
Wit Wisdom Witness, Realismo Disidente (Manifiesto)
El Realismo Disidente es una corriente estética que busca confrontar todos los patrones comerciales devaluados, prostituidos y carentes de identidad que provienen de un arte conformista y amoldado a las exigencias del mercado. Un arte sujeto, atado por los condicionamientos y por ende carente de cualidades creativas intrínsecas.
Este arte endeble al que nos oponemos es detestable por perseguir el relumbrón mercantilista, y la atención devocional de las masas desnutridas de criterios de apreciación y valoración artísticos.
Masas incultas, ajenas, evadidas de la realidad por medio del consumo de estupefacientes y elixires que anestesian la capacidad de pensar autónomamente y de tomar decisiones, como puedan ser la inclinación o decantación del gusto estético.
Es la embriaguez de la contemporaneidad compartida, vacía, sin juicio ni contenido digno de atraer mentes trabajadas. Todo un mundo de superficialidad y falsos destellos, un mundo sublimado, enajenado y raptado por la espectacularidad de efectos especiales y un sensacionalismo bufonesco, indigente y amoral.
Sólo lo frontalmente antagónico puede sobreponerse y alzarse por sobre tal estado de putrefacción, degeneración, decline y decadencia sin precedentes.
Fenómeno que ilustra a la perfección el regreso al primitivismo básico y desnudo, a la tendencia hacia lo instintivo y zoológico que encierra el degrado del alma actual y el nivel agonizante de un espíritu pútrido en total estado de descomposición.
Todo ello imputable a la responsabilidad de quienes manipulan, atontan, confunden y enredan la autonomía y el discernimiento del individuo-marioneta, cuya personalidad perece en el intento de imitar la codicia, avaricia, estulticia de propietarios y acaudalados, que tienen todo menos materia gris en el cerebro.
La entraña envilecida de una élite sin ética, sin escrúpulos, y carente por completo de códigos de contención de ninguna índole, que cree tener derecho a todo por medio de la fuerza, la violencia o la transacción monetario-mercantil pactada o no, aceptada o sin aceptar por la parte vulnerable victimizada.
No les importa el consentimiento de la parte dañada o afectada por sus actos e intervenciones, que consideran justificados por el «poder» de su capacidad adquisitiva o de vulgar protagonismo ganado en el escenario financiero donde concurren el mal gusto y lo pedestre a imponérsenos. Todo ello extremadamente contagioso y pernicioso.
Como cualquier otra fuerza genésica liberadora e impulsora de movimientos ascendentes y arremolinados, que barren con todo lo que se les interpone como barrera, o se le cruza como obstáculo a su paso imparable y arrollador, el Realismo Disidente es espontaneo, férreo, decidido, audaz, provocador, insolente y sacudidor cuán terremoto o tornado que contra todo arremete y con todo carga en su ímpetu imparable.
Esta individualidad demoledora nace en lo profundo del alma, y de allí se va extendiendo por todo el universo espiritual como sucede con toda ignición, que a partir de una chispa viene la llama, y de ella parte la propagación de un incendio que culmina con una conflagración total y absoluta. Explosión dinámica, combustión activa y resultados sorprendentes.
Por donde discurre la corriente henchida del Realismo Disidente jamás se vuelve a encontrar rastro de un panorama que remede a la desolación anterior, porque de su paso nace la transformación evidente, la mutación tangible, la metamorfosis sin posible retorno al orden que altera y justifica su brote.
Su pujanza, su fuerza generatriz se afianza en la mente y en los sentidos de sus espectadores, donde perdura y deja huellas trascendentes.
Nadie queda indiferente, pesimista, cruzado de brazos o apático ante esta novedad demoledora de un sistema obsoleto, y constructora de un nuevo orden y universo a partir de las ruinas de la caída del imperio que sus estremecimientos acaban por derribar, sepultar y aniquilar como todo lo que se ha estancado en la inmovilidad, y que precisa del cambio inmediato por estar petrificado, y por ende condenado.
El Realismo Disidente es una corriente artística y filosófica que se enfrenta con todas sus consecuencias al conformismo, a la mediocre producción en serie de un arte de masas sin sustancia, sin meollo o alimento espiritual de ninguna clase. El arte que no nutre enferma.
Esta corriente fresca, esta nueva tendencia no marcha a la búsqueda de formas expresivas porque ya le son inherentes, otorgadas por su condición de arte no clasista, no comprometido con casta, grupo, o clan alguno. No introduce una revitalización al nihilismo porque el escepticismo es su gran motor propulsor.
No pretende abarcar, sino incorporar elementos, impulsos y espasmos de la creatividad. La esencia del movimiento en sí misma rechaza la posibilidad de acotaciones fronterizas, pero al mismo tiempo marca bien las distancias con todo intento mercantilista, con toda deficiencia ética o deformación estética.
No se rechaza pero tampoco se acepta, simplemente se asume invocando a los criterios que deben regir el rigor y la exigencia de todo producto cualitativamente superior. Esta es la marca registrada y el certificado de acreditación del Realismo Disidente.
No es mediante campañas de proselitismo que se captan sus adeptos o seguidores, es el apego incondicional al esfuerzo individual en continua interacción con el exterior que nos induce a la inclusión. No existen parámetros para medir el grado de implicación pero se imponen la disciplina y el rigor extremos en el quehacer.
Partimos de las premisas aportadas por los resultados obtenidos por generaciones precedentes en todas las épocas, que demuestran claramente que el artista debe estar caracterizado fundamentalmente por los actos propulsados por la tenacidad, por la renuncia a todo placer que no venga proporcionado a través del arte propio o ajeno.
El arte es permeable a la penetración e influencia de toda manifestación física o etérea sin importar para nada su función. Tanto lo primitivo como lo sofisticado es material sensible a ser poetizado por las artes. Ello no implica un regreso a los orígenes sino a las fuentes.
No hay moldes, hay voluntad y tesón; entrega y renuncias. Quien no esté en condiciones de cumplir estos criterios mínimos de apego incondicional al proceso de elaboración artística no debe aspirar siquiera a obtener una respuesta a sus esfuerzos, porque habrán sido inútiles.
Nuestra contundencia mayor está en la más rotunda oposición a la frivolidad y a la implacable agresión a los principios que rigen la ligereza, los juicios vanos, la exaltación injustificada de los egos y a toda imposición de un yo que no corresponda por entero al de la persona poética. El individuo no existe, existe el resultado de su trabajo.
La plasticidad es un principio rector, así como la involucración de todos los sentidos perceptibles o no, conscientes o no, en el desarrollo y evolución del trabajo creativo.
Cada obra de arte ha de tener vida propia, autonomía suficiente para demostrar y defender su valor, si no ocurre así es porque no se ha dado el máximo a la hora de su concepción por lo que debe procederse a la destrucción o por lo menos a la reelaboración cuidada del producto original.
Bajar la guardia, sofocar el proceso de alerta, aletargar la intuición o anestesiar la interpretación refinada conducen irremediablemente a un finiquito de los valores. Y esto en un arte que se precie es simplemente inconcebible.
El artista debe manifestar su inconformidad, ser insolente, ser mordaz e irreverente en su quehacer mediante todos los medios de expresión posibles, incluyendo la vestimenta, la gesticulación, el comportamiento en general y por todo, por absolutamente todo.
El que está en desacuerdo con lo que le rodea debe realizar hasta el acto fisiológico más elemental de modo diverso a los otros, en oposición a la corriente impuesta por las modas, las tendencias y las manipulaciones de todo tipo.
El arte constantemente creativo, y el Realismo Disidente lo es, debe transgredir todas las prohibiciones tácitas, sobreponerse a la intolerancia y derramarse por encima de todo intento fronterizo o de contención. No hay encuadre posible, porque todo marco encarcela los potenciales y las posibilidades.
La audacia es movimiento ascendente, la cobardía es regresión, inmersión en uno mismo, lo que no es sino ensimismamiento o autismo.
El arte siempre ha de proyectarse y jamás encerrarse. Los moldes amordazan, los excesos inundan, pero no por ello se debe caer en la autocomplacencia del mermerismo producido por el propio fluido.
Podemos pasar de cautivantes a empalagosos con mucha facilidad, y cuando se es meloso en exceso, la repugnancia y el empacho no se hacen esperar. Esto debe evitarse a toda costa. De buen gusto es agradar, de mal gusto es atormentar por medio de la imposición.
El espectador, el lector o el asistente es un voto voluntario que nos hace concesiones y a quien no debemos defraudar. A esto debemos atenernos y no caer en la autocomplacencia que todo lo aniquila. Sólo la autosuperación continua es la que garantiza el éxito y la continuidad. Quien se entrega a cultivar el ego no pasa del devastador narcisismo.
El arte no es tal por promover belleza sino por inculcar valores éticos a partir de un razonamiento voluntario que procesa en la conciencia la presencia de una estética innovadora.
Cada acto de disconformidad debe estar amparado por un gesto de represalia contra el estado que se nos impone y por una manifestación expresiva de rechazo total al terreno común.
La distinción debe marcar las fronteras subversivas donde se delimita la aceptación de lo estándar y se da a conocer nuestro distanciamiento, nuestra ruptura, nuestra quiebra, nuestro apartamiento o disidencia absoluta manifestada por medio de la negación a participar, a tomar parte en movimientos y manifestaciones empobrecidos que no propician o estimulan la participación espontanea.
Al dar a conocer esta posición, por medio de sus rasgos identificativos se establecen minuciosamente las características únicas de la personalidad en continua confrontación con las imposiciones marcadas por los ritmos de la moda, las tendencias, las obligaciones o las sujeciones.
Esto subraya claramente y a conciencia los rasgos de desprecio hacia los patrones de conducta guiados, sometidos y frenados por una moral nula, con la cual estamos no en perfecto desacuerdo, sino en plena confrontación, en rutilante disputa que alcanza los niveles de guerra declarada.
Toda manifestación de ruptura con lo convencional es inconformidad con lo existente. Es a partir de esta demostración de voluntad absoluta de confrontación que se da la disidencia.
El Realismo Humanista Disidente surge como una confrontación al Moneycult, a su influencia destructiva, erosionante, devastadora y perniciosa, cuyo contagio ha estado promovido y subvencionado por los gobiernos al servicio de los amos de la banca.
El Arte es la única religión verdaderamente espiritual que exige de todo el que se le acerque la más absoluta entrega, devoción, culto y Vocación. Quien no está a la altura de ejercitar la entrega total, la renuncia o postergación de todo lo otro para favorecer esta continuidad de la Creación debe abstenerse de intentar penetrar este círculo sagrado, que ya se encarga por sí mismo de cribar en el proceso de iniciación a todos los advenedizos, a los no llamados.
La Revolución Cultural Americana tan bien adoptada, adaptada y ajustada por todo el resto de los países occidentales y aquellos otros que servilmente imitan sus patrones totalitarios de destrucción neuronal ― ejemplo Australia ― no sólo ha barrido con lo más elemental del ser humano que es su mecanismo de comunicación, la lengua, ya sea ésta oral o escrita, sino que ha creado en su lugar a un individuo dependiente, adicto y sometido al control y a la subvención del Estado.
Un ser incapaz de tomar su vida en sus manos y no digamos ya de encaminarla sin la necesidad del patrón que por dictarle le impone hasta los parámetros alimentarios con el fin de deshacerse de su literalmente pesada carga.
Cuando alguien es incapaz de protagonizar sus actos más elementales, incluido el mecanismo digestivo y de ingestión, no es otra cosa que un organismo básico a extremos unicelulares que imita mecánicamente todo aquello que le meten a puñetazos por los ojos ― léase imágenes distorsionadas ― inhabilitado para emprender la más elemental de las iniciativas.
En medio tan agresivo, el mínimo arte tolerado por la además reducidísima capacidad creativa, está enteramente al servicio del poder. ¿Y quién es el poder? Obviamente, no es el gobernante sino el gobernador del capital, provenga éste de donde provenga.
Por arte, en medio tan agresivo y degradado, hay que entender entre otras cosas las elevadas manifestaciones de imbecilidades subsidiadas por las cadena televisivas y por la grandes empresas productoras que también financian grupúsculos intencionadamente creados para manipular mediante la descarada labor de proselitismo agresivo la moral del ciudadano.
La sexualidad y toda actividad relacionada con su quehacer es algo que pertenece única y exclusivamente al ámbito privado, a la más absoluta privacidad.
Ello no quiere decir que sea tratada como un tabú; todo lo contrario debe ser incorporada a nuestra cotidianeidad como lo más normal del mundo.
Cuando veamos a todo lo relacionado con el sexo como una función inseparable e indispensable en la vida de todo individuo, colectivo y especie, comenzaremos por tolerar todo lo que se le añada a nivel personal siempre y cuando no dañe a terceros, no los involucre y no se les imponga. Las libertades comienzan a perderse justo en el punto en que comienza el libertinaje.
Divide and rule, dice el proverbio. Crear segmentos, minorías, agrupaciones y asociaciones innecesarias es echar a pelear a los miembros de la sociedad con el malévolo fin de ejercer el control totalitario fácilmente, sin que haya que hacer demostraciones de fuerza bruta, como los tanques en las calles.
El sexo no sólo puede estar presente en toda manifestación artística, sino que es indispensable su presencia como mecanismo del proceso psíquico, biológico, reproductivo y cultural de las masas. La sexualidad pertenece al acervo privado y colectivo de todo grupo o especie.
Es un patrimonio de continuidad, belleza, estética y realización personal. Por precisa ser tratado con la más entera de las normalidades en todas sus manifestaciones. Lo espontaneo es el acto de garantía de cualquier tendencia, seguir el curso que dicta la lógica de esa garante es respetarse a uno mismo y respetar a los demás, algo indispensable en la convivencia de toda especie.
Al poder le conviene sembrar la discordia y para ello se vale de todo tipo de estrategia y de subterfugio disponible o intencionadamente creado. El cultivo de la pobreza mental, la influencia sobre la trasmisión mediante la destrucción de eslabones fundamentales en la cadena genética, y el deterioro provocado de los valores éticos sirven al poder manipulador.
Todo esto se refleja y se proyecta por medio de un arte convenientemente empobrecido, carente de una exigencia estética. Un arte incoherente, reiterativo, machacón, falto de imaginación y supeditado por entero al mercado y a la promoción de los intereses de la clase dominante.
Al Realismo Disidente pertenece todo arte que no acepte estos patrones dictados por las condiciones creadas mediante los intereses puramente comerciales, políticos, de clase, de grupo de tendencia o de inclinación. El arte debe servir a todos por igual aun cuando sea necesario por razones de gustos e inclinaciones estéticas entregarlo en moldes diferentes.
Realismo Disidente es todo aquel arte que representando la realidad de lo que acontece arroja al fuego de la opinión pública todo lo mal hecho sin sacrificar la calidad en la creación.
Realismo porque toma su materia prima que transforma en creación de la realidad inmediata, circundante y cotidiana. Disidente porque entra en contradicción, se opone, denuncia y trata los males existentes dentro de ese medio agresivo y devastador que está reduciendo al hombre a cenizas y a despojos sociales, perdiendo toda razón, toda lógica, toda creatividad e inspiración por falta de imaginación, de fantasía y de originalidad.
El ser reducido a un mecanismo de imitación que lo convierte en simio imitativo y remedador de falsos patrones deshumanizantes, expoliado de sus emociones naturales con los sentimientos confiscados por las imposiciones mercantiles que atan, esclavizan, anestesian y enajenan la verdadera identidad, la auténtica idiosincrasia. El hombre consumido por su apego al consumo.
El arte emergido del Realismo Disidente es como el agua: incontenible, imparable, impetuoso y arrasador. Este arte ha de producirse de manera que sea capaza de filtrarse por entre las más sólidas barreras y por entre los muros de los diques mejor fortificados, ya que su principal y único objetivo es llegar hasta el fondo mismo de todas las cuestiones que plantea y sugiere, que saca a relucir y denuncia, que combate y confronta frontalmente.
Disidencia es sinónimo de inconformidad, apelativo de una fuerza rebelde que se niega rotundamente a someterse a unas pautas trazadas y planeadas para el uso común. Las inquietudes, las preocupaciones transmitidas por este arte no transigen con moldes, imposiciones o precedentes dictados para conducir a un rebaño sumiso y obediente.
Para un arte libre no existe la métrica, no existen medidas, límites, fronteras ni cercos que sujeten las normas de la creación.
El arte libre busca su propia senda a partir de una identidad irrenunciable. Es elástico, flexible, tolerante y consentidor en la expresión, en la temática, en el modo de abordar cualquier asunto, pero sin atenerse a pautas ni patrones; no acata dictámenes porque busca la inclusión.
Se aparta de las corrientes impuestas marginando sólo aquel producto precocinado que no necesita ser masticado, el que dan envuelto en aliños o edulcorantes que eviten los esfuerzos de la digestión por parte del consumidor.
Un arte que no provoque reacciones, que no impacte sobre el pensamiento, que no induzca a la reflexión y motive a meditar, a sopesar el asunto expuesto no es más que un mero y huero pasatiempo destinado a entretener el ocio pernicioso de un destinatario hastiado, despreocupado y por encima de todo desentendido de todo lo que le rodea. Un artista sin implicaciones y sin trascendencia es un frustrado bufón de corte decadente.
[Por trascendencia se ha de entender no el resultado inmediato, sino lo imperecedero, lo llamado a ser un clásico].
Pero debemos tener mucho cuidado de no caer en la tentación de ponernos a servir «causas» creadas a propósito de tal o cuál interés porque entonces la bufonada deriva en tragicomedia de mal gusto y al servicio de la élite en condiciones de otorgar subvenciones para provecho propio. Se crea para un público receptor no para una audiencia pagadora que nos convierta en sus peones asalariados. Se suele sufragar o beneficiar de mecenazgo a aquellos que entregan un producto que satisfaga a sus amos.
El artista que no sea subversivo, retador, sedicioso, desafiante, contestatario y conspirador no tiene nada que hacer en la escena.
[No hablamos de incitaciones a rebeliones ni de promocionar patéticas revoluciones que concluyen todas convirtiendo a sus protagonistas en los peores reaccionarios y mamarrachos de toda trama o historia. No se conoce una sola excepción a esta regla].
Lo que es más, el artista debe ser un auténtico fanático en el sentido primigenio de esta palabra. Aquí me veo obligado a citar a alguien tan autorizado como a Anatoly Levitin-Krasnov. Nos dice:
Existe un fanatismo auténtico que me inspira el más profundo respeto ya que ha llegado la hora de dar a esta palabra su significado primigenio.
Posee un sentido cautivador y terrorífico, puesto que la raíz fanatos significa «condenado a muerte», es decir, un hombre que está dispuesto a morir por sus ideas [su arte en nuestro caso]. Allí donde no hay fanatismo no hay auténtica fe [creación para nosotros], sino tibieza y vacío.
Debemos formar verdaderos fanáticos y serlo nosotros mismos, estar dispuestos a morir por nuestras ideas [creativas, naturalmente]. Un fanático que se consagra a su vocación y se dedica al trabajo [de su arte] es un trabajador [artista]. La humanidad se apoya en ellos [en los fanáticos].
…viva el fanatismo, es decir, la aptitud para sacrificar la propia vida, ya que no hay amor más grande que dar la vida por los seres queridos [por el arte engendrado con amor y pasión en nuestro caso].
El artista que no contemple la idea de morir por su arte, no es un fanático de su trabajo y por ende no llegará jamás a cúspide o cima alguna.
Por ello el artista incluido dentro del Realismo Disidente debe estar dispuesto a todo tipo de sacrificio, incluyendo la muerte por, tal de hacer llegar su mensaje siempre revelador, con fuerza y carisma como para movilizar y poner a trabajar las neuronas de sus receptores.
No hay que olvidar que cuando el actor que representa en escena está movido por los dedos de la mano que lo guía, anima y da vida, pero que al tiempo lo sujeta y controla, no pasa de ser una marioneta. Esta condición es inaceptable e incompatible con el Realismo Disidente.
Todo artista que persiga el fruto de las ventas está llamado a ser un mercader al que nunca se le abrirán las puertas sagradas del templo de la consagración otorgada por el juicio del tiempo.
La «vulgaridad» es parte indispensable del Realismo Disidente porque no hay realidad que no sea vulgar por el solo hecho de ser rutinaria; pero condena el uso reprochable de clichés, actos, acciones o manifestaciones prosaicas.
Toda nota que rompa con los tonos de la armonía de su propia sonoridad es desagrado, desafine y malsonancia. Una cosa es desentonar, desestabilizar o desequilibrar un determinado orden impuesto para someternos y otra romper con nuestra propia identidad forzando estados de imitación de patrones preestablecidos.
La esencia del Realismo Disidente es que hay que dar la nota pero nunca desafinada, altisonante o deformada.
El arte derivado del Realismo Disidente es una profesión de fe no dogmática.
El Realismo Disidente es una corriente que busca decir la Verdad por medio de todas las vías artísticas. Denunciar, expresar, manifestar la inconformidad con lo preestablecido y dictado por cualquier medio o método que incluya y produzca arte.
Esto puede hacerse con el cuerpo [danza y baile de todo tipo, mímica, etc.], con la pintura, con la literatura, el cine, la escultura, el teatro lírico y en prosa, así como con todo tipo de canto o recitación.
Wit Wisdom Witness
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