La música en Bolivia

músicaPor qué escribo lo que escribo. La música en Bolivia.

Cuando llegué a La Paz, Bolivia, en el año 2002, fue algo muy interesante para mí. Yo venía de Santiago de Chile, rapada y de negro, escuchaba dark, new wave, trip hop, brit pop, algo de punk, jazz y blues, entre otras cosas.

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No tenía ni la más mínima idea de cómo podía ser la gente en Bolivia, cómo era su cultura, su música, su historia. No sabía si mi viaje sería meramente turístico o el cambio radical de vida que ha sido.

Los últimos fines de semana de los últimos años en Santiago, los pasaba en una discoteca llamada “Blondie”, donde ponían estos géneros provenientes del post punk británico. Era lo único que me gustaba bailar y, claro, música electrónica para completar el atormentado personaje de tribu urbana.

Alcancé a estar 6 meses en la banda de un amigo que pretendía hacer tributo a Fito Paéz, pero nunca llegamos a pasar de dispersos ensayos. Una querida amiga conoció a Ciudad Líquida cuando tocaron en un desaparecido local en la presentación de un cómic, haciéndose amiga de ellos, quienes le comentaron que el Ale Ustarez (ex vocalista y uno de los fundadores) iba a dejar la banda para irse a Chile a estudiar ingeniería de sonido.

Habían probado a algunas personas, pero al parecer no era lo que buscaban. Así que una semana después de ese lunes 8 de abril en que pisaba La Paz (mis ojos se enterraban en todo lo que veía para poder capturar lo nuevo, era maravilloso) estaba en esa especie de inter audición con la banda.

Para mí fue como amor a primera vista, comenzaron a salir las composiciones, ensayos y ensayos, estuvimos en nuestra primera participación de la Marathón Rock, que se realizaba en un conocido y legendario local de música en vivo, en un barrio bohemio y artístico llamado Sopocachi (me costó aprenderme esa palabra). La Marathón Rock era un concurso que organizaban los dueños de este famoso boliche. Tenía grandes empresas auspiciadoras y una excelente cobertura de medios de radio, televisión y prensa escrita, donde te encontrabas con grandes personajes de la música del medio paceño como el brillante Papirri.

Habían varios programas de televisión dedicados al rock, a la música, y había mucho interés de estos medios por lo que estaba pasando en la escena. Entrar en la programación de cierta radio muy famosa en esos momentos era lo máximo. Había varios locales donde se podía tocar, a pesar que no contaban con la infraestructura necesaria para ello, pero al menos servía para comenzar a tener la experiencia, la valiosa experiencia de ser una banda de rock. En la maratón debías lograr que vaya la mayor cantidad de gente si querías ganar, sin embargo también te podía salvar el jurado por tu propuesta o calidad musical si no tenías muchos amigos (como era nuestro caso).

Cada noche del concurso era extremadamente emocionante, durante la semana te hacían entrevistas, tenías que pegar afiches de tu fecha, repartir volantes, vender entradas, eran las primeras pruebas de sonido formales que conocíamos, habían expectativas de tu banda, de la banda de tus amigos o conocidos, por ver quién se llevaría el sagrado premio de la grabación de un disco. Como tenías que llevar a tus amigos, a tu familia (hasta el perro si hubiera servido), todo el mundo andaba hablando del tema y salías en la tele hablando en algunos casos tímidamente de lo que hacías, en la radio, en el periódico, casi como si fueras una estrella. De esta manera iban saliendo más fechas para tocar, más propuestas, más movimiento de todo, y la promesa implícita de un anhelado futuro en la música.

Estoy contando todo esto para explicar por qué elegí la sección que tengo en esta revista, que es hablar de proyectos o bandas nuevas. Porque hoy en día, las nuevas bandas y proyectos de rock que aparecen encuentran muy poco de esa efervescente década.

Pocos locales, pocas plataformas, poco interés de los medios, pocos o casi ningún programa de televisión dedicado a la música y menos al rock, sin desmerecer el esfuerzo “personal”, hago hincapié en “personal” de algunos, que con sus propios medios costean programas de rock nacional, festivales o crónicas periodísticas.

La idea que va más allá de la queja es hacer notar este vacío, con la única finalidad de que, de alguna manera, se produzca un cambio, una mirada más amigable a lo nuevo, un oído interesado y más manos abiertas para el que recién está empezando, ya que claramente si no hubiera sido por esta mencionada época de vacas gordas, mi banda, como varias otras que se consolidaron en el medio paceño, no hubieran podido conseguirlo. O  al menos tener la opción, alimentar ese sueño que hoy construimos con nuestras manos.

3 Comentarios

  1. Pablo Responde
  2. PeKena LarVa Responde

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