En esta ocasión me gustaría afilar mis mejores cuchillos y ofrecerles, a falta de carne de Cobe, reflexiones fileteadas únicamente musicales, practicando el aconsejable ejercicio de remover la memoria para poder valorar en su justa medida la importancia de la música. Y ello, sin que el empacho de esta singular carnaza no sea mal visto por el último informe anticárnico de la OMS.
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Desde luego, pagar 3.000 pesetas de la época por un disco era cuanto menos excesivo. Es algo comparable a 70 u 80 euros en la actualidad. Mucho esfuerzo, muchos fines de semana sin salir… pero hace siglos que no experimento una sensación tan especial como aquella en la que llegaba a casa tras mi paso por ITACA, la añorada tienda de música que conseguía las delicias musicales de los pacenses.
Un disco era un pequeño tesoro que te bebías en sorbos de emoción. La carátula, los créditos, las fotos, y una y otra vez a repasar cada pista, para escuchar el pequeño detalle del bajo en la séptima canción y el solo de guitarra de la intro.
Siempre se recuerda la década de los 80 como una de las más especiales y añoradas, pero a mi me gusta especialmente reivindicar los 90, y recordar, en cada momento que tengo ocasión, cuando cada viernes de fin de semana salíamos a lu búsqueda de aquellas nuevas tendencias que nos llegaban principalmente de EEUU, el Reino Unido, en incluso aunque en menor medida también de dentro de nuestras fronteras estatales y regionales.
Que importante era en aquella época tener amigos que contaran con la singularidad de sintonizar la MTV para poder acudir a su casa con cualquier excusa, y deleitarte con el video clip de Blind Melon, aquel maravilloso “No Rain” que aún hoy emociona. Tus afortunados amigos aceptaban resignados aquellas absurdas y “casuales” visitas, y ya te tenían sintonizado el canal, aquello era solidaridad y alta camaradería, que también la encontrábamos en pequeños gestos que hoy se han perdido.
Jamás se les ocurría a una pandilla de amigos hacerse todos con el mismo CD, aquello era absurdo y poco práctico, significaba desperdiciar tiempo y dinero. Así que si uno se hacía con el Nevermind de Nirvana, cualquier otro se compraba el último de los Red Hot Chili Peppers y tu el Dookie de los Green Day. Unas pocas de cientos de pesetas y las cintas de cassete regrabables de cromo del PRYCA proporcionaban un maná de cultura y sensaciones musicales que nos bebíamos insaciables.
Mientras preparo y despiezo la carne, en mi Radio-cd Sony, adquirido en Sonido Rubio en el año 1994, suena un cd de temas varios de los 90. Es el momento del “Tonight, Tonight” de Smashing Pumpkins y al carnicero comienzan a resbalársele lagrimillas por su (ya no tan) joven rostro. ¡Y luego dicen que los 90 fueron una mierda!
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