
De versiones a creación propia: así nació la identidad de Stopping Donkeys
Vuestra música tiene algo que atrapa y marca la diferencia en un panorama cada vez más diverso. Para quienes aún no os conozcan, ¿cómo describiríais vuestra esencia sonora y el elemento que os distingue del resto?
Nos gusta pensar en Stopping Donkeys como una fuerza de la naturaleza: impredecible, cruda, potente, sin filtros ni artificios. Nuestra esencia está en la versatilidad, en ese abanico sonoro que viaja desde el Stoner, el Doom y el Metal, hasta el Rock and Roll, el Grunge, el Folk o el Jazz. No nos interesa encajar en moldes ni repetir fórmulas: lo nuestro es explorar, experimentar y dejarnos llevar por la pasión de expresarnos fuera de los estándares actuales.
Todo gran camino tiene un comienzo, y el vuestro parece estar lleno de anécdotas y aprendizajes. ¿Cómo recordáis esos primeros pasos en la música y qué episodios han sido cruciales para llegar al momento en el que os encontráis ahora?
Al principio empezamos como muchos: tocando versiones de nuestras bandas favoritas. Eso nos dio la oportunidad de coger dinámica como grupo, conocernos en el local y afilar la maquinaria. Pero enseguida apareció esa necesidad de decir algo propio, de salir de lo convencional, y ahí comenzó la aventura de nuestras composiciones originales. Fue un paso crucial: dejar de tocar lo que ya existía para empezar a crear lo nuestro.
Las luces se apagan, el público ruge y llega el momento de darlo todo. Antes de ese instante mágico, ¿hay algún ritual, manía o costumbre que siempre os acompaña para entrar en sintonía?
Sí, tenemos nuestro pequeño ritual: nos juntamos en un corrillo, miramos hacia dentro y gritamos al unísono “¡Stopping! – ¡Donkeys!”. Es un chute de energía inmediato, como el grito de guerra antes de saltar al campo. Con eso nos quitamos nervios, alineamos las ganas y salimos a darlo todo, para disfrutar nosotros y hacer disfrutar a quien está delante.
El público es una pieza clave en cada concierto, y sabemos que en cada lugar la energía y la conexión pueden ser distintas. ¿Cómo valoraríais la respuesta del público local en comparación con otras ciudades o regiones donde habéis actuado?
El calor de Albacete siempre será insuperable. Es nuestra casa, donde más expectación generamos y donde los conciertos se convierten en auténticas celebraciones colectivas. Pero también hemos sentido esa conexión en cada lugar al que vamos: nuestro directo es enérgico, invita a ser parte de él, y la gente responde. Si tuviéramos que destacar un momento especial fuera de casa, sería sin duda el concierto en las fiestas de Riaño —pueblo de nuestro batería Fer—. Allí la gente se volcó de tal forma que fue como volver a tocar en familia.
A menudo, la inspiración llega en los lugares más inesperados. ¿Hay algún sitio peculiar o inusual que recordéis como escenario de un ensayo o una sesión creativa?
Lo cierto es que somos una banda muy prolífica: casi en cada ensayo surge una idea nueva que acaba transformándose en canción. No necesitamos un lugar exótico para que fluya la creatividad; lo importante es esa energía compartida en el local. De alguna manera, ese espacio se convierte en nuestro propio laboratorio sonoro, donde la chispa aparece sin avisar.
Muchas gracias por compartir este rato con nosotros y permitirnos conocer más de cerca vuestro mundo musical. Para cerrar, ¿os gustaría añadir algo más para los lectores de LaCarne Magazine? ¿Quizás algún mensaje para vuestros seguidores?
Queremos mandar un mensaje de apoyo a la música emergente, a todos los que luchan por aportar algo distinto y auténtico en un panorama tan saturado. Para nosotros es un orgullo poder ofrecer un toque novedoso y diferente a lo convencional, y tenemos muchísimas ganas de que nuestra música siga llegando a más rincones. A los seguidores, solo podemos agradecerles por caminar junto a nosotros en este viaje: cada aplauso, cada coreo, cada mirada desde el público nos da sentido.
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