Enrique El Cojo, un bailaor con mucho arte

Hace unos días tuve la ocasión de disfrutar de nuevo de la adaptación al cine de la Opera Carmen, bajo la dirección de Francesco Rosi, en la que intervienen como primeras figuras la soprano Julia Migenes, el tenor Plácido Domingo, y el barítono Ruggero Raimondo. Una película de 1984 que no había vuelto a ver desde entonces. A mi entender, se trata de la mejor versión cinematográfica de la famosa Opera de Bizet, en ambientación, secuencias, interpretación y despliegue de medios.

Siguiendo yo las peripecias del drama, a los pocos minutos del comienzo tropecé con Enrique El Cojo. Digo tropecé porque había olvidado que el famoso maestro de baile tenía en la obra una pequeña intervención.

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Enrique El Cojo, un bailaor con mucho arte

enrique el cojo

¿Por qué se me vino de pronto a la mente aquella contrahecha figura que diseñaba unos pasos de baile?… Y empecé a recordar. Enrique El Cojo había ocupado mi atención hace 25 años, cuando el entonces presidente de la Diputación de Cáceres me encomendó recabar personajes destacados del mundo del arte y la cultura nacidos en Cáceres, así como conectar con sus familiares para el proyecto que tenía entre manos: el Museo de Historia y Cultura “Casa Pedrilla”.

En la larga lista que presenté a Manuel Veiga, figuraba el nombre de Enrique Jiménez Mendoza, (Enrique El Cojo), paralítico desde su infancia, que no obstante consiguió pese a su cojera ser maestro de baile, altamente reconocido en toda España y más allá de nuestras fronteras, y que había nacido en la ciudad de Cáceres el 31 de marzo de 1912, hijo de dos cacereños humildes, el matrimonio formado por Enrique Jiménez Ávalos y Julia Mendoza Espino.

La trayectoria vital de Enrique Jiménez Mendoza es digna de elogio y admiración. Una persona que a los ocho años padece un tumor en la pierna izquierda y queda lisiado para siempre, es circunstancia que no le impidió llegar a ser lo que soñó de niño, un bailaor.

No era la suya una familia gitana. Enrique El Cojo era payo, y no se sabe bien de dónde le venía desde chico esa afición por el flamenco, pero pese a la oposición familiar, y aún teniendo en cuenta su minusvalía, no cejó en el empeño de conseguir sus fines.

Trasladada la familia a Sevilla en busca de una mejor perspectiva de vida, tuvo ocasión de recibir clases de Pericet, uno de los grandes maestros del baile español, aunque él siempre anduvo por libre, creando una escuela que se hizo famosa en la ciudad de la Giralda. Su baile tenía algo distinto. Una fuerza interior, un sentimiento, una gracia en el movimiento de brazos, e incluso su taconeo hacía olvidar su persistente cojera.

Dibujo de Miguel Alcalá (Museo del baile flamenco)

Cincuenta y tres años se mantuvo al frente de su escuela, por la que pasaron las más grandes bailaoras de la época: Manuela Vargas, Lola Flores, y hasta la Duquesa de Alba, que recibió clases del maestro, pues como se sabe gustaba mucho del baile flamenco.

Cristiana Hoyos, que también fue su alumna, hizo un retrato magnífico de Enrique El Cojo: “cuando salía a bailar se transformaba, era impresionante. Zapateaba a su manera, con el pie cojo. En el fondo se creía una mujer y bailaba de una forma maravillosa».

En definitiva, que Enrique El Cojo, que nunca renegó de su apodo, además de serlo, era sordo, calvo, feo, gordo y bajito, pero cuando se ponía a bailar hacía invisibles a sus compañeras de baile, por lo general jóvenes bellísimas, espigadas y elegantes. De ahí que algún crítico describiera como «un fabricante de milagros» al maestro sevillano. Por sevillano se le tenía, pero no lo era, siempre se reconoció extremeño, aunque no recordara nada de su primera infancia porque se marchó de Cáceres a los tres años.

Hay un libro que recoge la trayectoria vital del maestro, escrito por su biógrafo José Luis Ortiz Nuevo, y que aclara que Enrique El Cojo «no debe ser considerado como una anécdota en la historia del baile flamenco», y que «sólo por su dimensión humana se le debería conocer como artista».

A él remito a quienes tengan la curiosidad de recabar mayor información sobre este singular maestro de baile, que es lo que más le gustaba ser, y cuya vida y milagros no tiene desperdicio.

Fue maestro y asesor de grandes artistas, triunfó dentro y fuera de España, es Medalla de oro al Mérito de las Bellas Artes, Medalla del Trabajo, y Premio Puente de Sevilla, que lo adoraba. Y allí está el Callejón Enrique El Cojo, y la barreduela (en Andalucía se da este nombre a una plazuela sin salida) que también lleva su nombre.

Han pasado 25 años desde que se inauguró el Museo de Historia y Cultura “Casa Pedrilla” de Cáceres. Fue en el verano de 1995. Enrique El Cojo había fallecido diez años antes. Su hermana Julia estaba en disposición de ofertar recuerdos de su trayectoria artística, pero creo que al final su nombre no figura en la planta baja del museo, donde se muestran objetos personales, documentos, fotografías, etc. de cacereños que destacaron en el mundo de las artes.

Todo esto ha venido a mi mente al contemplar la Carmen de Bizet, versión cinematográfica de Francesco Rosi, última aparición, aunque breve, de Enrique El Cojo, que murió al año siguiente.

Debería haber tenido un sitio en el museo de Cáceres, pues hijo de cacereños, aunque sea Sevilla la ciudad que le acogió, le admiró, rindiéndose a su genio creador, él nació en Cáceres, y allí vivió hasta los tres años. ¿No es un orgullo poder presumir de un hijo que conquistó el mundo con su arte?

 Felizmente hoy puede contemplarse éste, merced a vídeos que circulan por Internet.

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