Juan Carlos Martos, finalista de GOT TALENT ESPAÑA

Conocí a Juan Carlos Martos hace más de veinte años. Se presentó un día al ensayo de la Compañía Lírica Extremeña, con el objetivo de ayudar en el canto si era posible.

Fue muy bien acogido por el grupo, no tardando en destacar su voz de tenor bien timbrada, que sorprendió desde el principio porque, con su escasa preparación vocal, a juzgar por sus palabras, aunque tomó consejos de varios famosos cantantes, su voz estaba perfectamente impostada. Era, al parecer, una cualidad que había nacido con él, eso y su fervor por el género.

Adoraba la Ópera, y su referente era Enrico Caruso. En muy poco tiempo, Juan Carlos deslumbraba por sus solos, en los que destacaba la calidez de su voz, el bello timbre, los poderosos agudos, y el apasionado decir.

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Juan Carlos Martos, finalista de GOT TALENT ESPAÑA

juan carlos martos

Y si apreciadas fueron siempre sus prestaciones artísticas, más lo era su sencillez, honradez, y bondad de carácter. También su caballerosidad y su simpatía, a la que se unía ese gracejo y chispa que suelen tener muchos andaluces.

Y por encima de todas sus cualidades, la sensibilidad artística. Su canto era puro sentimiento que a nadie podía dejar indiferente, pero luego era remiso a recibir los aplausos. Era la humildad personificada.

Su trayectoria vital no había sido fácil hasta entonces. A ello se unía la inestabilidad emocional, que era su peor enemigo. Por eso, su paso por la Compañía Lírica fue como el Guadiana: aparecía y desaparecía.

En las largas temporadas en las que contábamos con su participación, nos dejó momentos de gran brillantez artística en interpretaciones como la siciliana de “CAVALLERIA RUSTICANA”, la romanza de “LA ISLA DE LAS PERLAS”, Jota de “LA ALEGRIA DE LA HUERTA”, Agnus Dei de Rossini, Panis Angelicus…, por escribir las que ahora se me vienen a la memoria. Y a esos momentos brillantes, podemos añadir, quienes compartimos con él actuaciones y viajes, un sin fin de anécdotas imborrables.

Nadie jamás vio en él un mal gesto, un desaire, una protesta, y segura estoy que todos los que disfrutamos de su presencia le guardamos un gratísimo recuerdo. Era imposible no apreciarle.

La última vez que estuve con él fue el 15 de junio de 2014, en el transcurso de una grabación. Desapareció sin saber por qué de manera silenciosa, y no volví a verle.

Pero un día del pasado abril, haciendo zapping, me encontré de pronto con Juan Carlos Martos. Sí, era él. Habían pasado casi siete años, pero su talante no había cambiado.

Juan Carlos Martos se me aparecía en un programa que yo (ignorante) desconocía: GOT TALENT, un concurso al que se presentaba cantando, y que en su intervención conmovió a público y jurado.

Se le otorgó un pase de oro que lo colocaba directamente en la final, y así, saltando de emoción en emoción, Juan Carlos Martos, el tenor que llevaba un mensaje de esperanza ante los hechos que había vivido y sufrido como celador, tal es su oficio, del Hospital San Pedro de Alcántara de Cáceres, se hacía conocido en toda España.

Se batió en la final, y cedió, como no podía ser menos, ante las votaciones del público, dejando, eso sí, los momentos más emocionantes vividos a lo largo de los programas en los que participó. Me alegré por él, por su generosidad, y su categoría humana.

Estoy segura que vivió íntimamente en esta circunstancia la emoción y felicidad de hacer en tan deslumbrante plataforma lo que a él más le gusta. Esa misma noche de la final, el 30 de Abril, desde la gerencia del Teatro Romano de Mérida, se le prometía una actuación en la próxima programación del mismo.

Yo felicito desde aquí a Juan Carlos Martos, y le deseo todo lo bueno que él se merece. Sólo quisiera que la oferta se cumpliera, y se llevara adelante con el acompañamiento necesario para que culminase en un auténtico éxito para este andaluz afincado en Cáceres, porque él, por sus cualidades, su gusto, su pasión y su generosidad, sabría estar a la altura.

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