Figaro – Pabernos matao (y II)

En mi anterior escrito, columna, artículo… trataba sobre la desilusión que supuso ir (en mi ciudad, Reseca, “La Chiquinina”) a cierto espectáculo musical, que a priori estaba pensado para un público infantil-familiar, junto con mi hijo porque las expectativas no se cumplieron ni de coña, y no se cumplieron (ni de coña) porque no pasó por el tamiz de la calidad dicho “sspectáculo”. Primó mucho más (o tan solo importó) el que la sala se llenase (je, je, ya que no peta el aforo la Orquesta de Extremadura, por lo menos que sí lo hagan l@s niñ@s con sus cándidos y aburridos papis).

Al “sspectáculo” en cuestión, que iba de animalitos ya inexistentes y muy grandes, le faltaba bastante calidad según mi tórpido entender: la música era casi inexistente (“cantaban” –a cualquier trapo viejo lo llaman camisa-, los reunidos encima de las tablas “a capella”, y cuando lo hacían, en contadísimas ocasiones, los temas no eran precisamente infantiles, sino “guiños” a los adultos que acompañaban a l@s pequeñaj@s), y eso que el “sspectáculo” se vendió como si de un musical se tratara; los actores (¿y quién soy yo para decir lo que voy a decir? simplemente alguien que pagó la entrada, alguien que tiene amigos y familia en el gremio actoral, y alguien que opina con libertad porque no cobra por ello), malinos, ya que, aprovechando el tirón de actores con cierta popularidad televisiva, los productores (ávida dollar) los colocan en los teatros (y teatritos) como gancho, pero que sin la caja tonta de por medio no se sabe si están, estos actores y/o actorinos, en Benidorm o Montecassino (y perdón por la comparación).

Lo bueno del “sspectáculo” fue tanto el atrezzo (los dinosaurios estaban requetebién y muy bien manipulados) y el vestuario de l@s chic@s, que evolucionaban sobre el escenario (¿habrían engañado a cierta marca de ropa “aventurera”? Lo parecía, lo parecía), como la escenografía, que también era de calidad, abundante, variada y lograda (el despacho de los investigadores parecía un despacho de investigadores; el coche era un coche teatral; y la selva era verde y alta). Ya les gustaría a muchos (vamos, a los tres o cuatro que quedan a nivel nacioná) empresarios de zarzuela, por ejemplo, o a ciertos empresarios “free-lance” operísticos (¿”free-lance” operísticos?), tener los medios de los que gozaban los engañadores del falso musical infantil-familiar. Estas son las razones que aduzco para decir “pa`bernos matao”, en referencia a lo que vimos y escuchamos en el Gran Teatro de Reseca, “La Chiquinina”.

Ahora vienen a nuestra ciudad dos musicales de verdad (espero); uno es sobre un grupo mítico sueco, y se vende la cosa como la releche porque hay no sé cuántos músicos en directo, y no sé cuántos cantantes (cuatro, cuatro… y nunca supe quién me gustaba más, si la rubia, o la que a veces iba de pelirroja, a veces de morenita, a veces de trigueña, a veces con la melena rizada, a veces con la melena lisa…) en escena. Este “sspectáculo” se realizará en el Auditorio, ese mamotreto que tardó muchos más años de la cuenta en terminarse, y que además estuvo cerrado varios años más por reformas, y que ha quedado para grandes eventos (¡joder, “grandes eventos”!). Lo otro que viene, en plan musical, es una “sucursal”, para provincias, de un acierto escénico que ha vendido, y mucho, por todo occidente (saliendo de Broadway, pasando por Londres y llegando a Madrid). A la espera estoy, y si tengo humor, les hablaré de ello, porque sé, de fijo, que a la criatura hay que llevarla al Auditorio.

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