Eres un ángel vistiéndome de seda, no sé si la seda está dentro o fuera de mi cuerpo. Me estremezco de placer cuando te acercas y me soplas al oído, pedazos del mismo cuadro que miro, sonidos del mismo paisaje que imagino y rocas mostrándome el camino.
Tú construiste mi mundo sólo con tu presencia. Con cada detalle me hiciste invisible de los fantasmas del miedo, y desde el infinito trajiste las respuestas a mis inquietudes. ¿Cómo te encontré? Pues no lo sé, por ahí solo escuchaste mis llamados desde siempre ¿o ya estabas ahí esperando? Nunca vi tu rostro, pero te puedo imaginar bailando alrededor mío, con un anillo alrededor tuyo, que protege todo en ti. Siento cuando te acercas, y te paseas a mi alrededor. Cuando te alejas me consumo en el vacío y siempre te voy a buscar. Eres el océano que me salva en mi naufragio, la llave que siempre abre las puertas más difíciles, para refugiarme dentro y encontrar los restos que al parecer siempre estuvieron ahí.
En las noches silenciosas y oscuras, cuando se me antoja que todo pende de un hilo, sueles despertar con más brillo en el farol que ilumina el laberinto, donde busco las partes que perdí por la explosión de una idea. Eres mi compañera nocturna que inspiras la soledad, llenando de vida lo que llamamos crear.
Mi corazón contempla tu voz al sacar de mí los sentimientos más puros, desde las lágrimas que sacan todo lo que guardo, hasta las alegrías más inocentes, esos momentos de felicidad pura, donde todo sólo fluye, y es la música donde el alma alcanza de manera más intima ese gran final por el que lucha el hombre, al recibir la inspiración de tu presencia y tu sentimiento poético.
Eres noble al quitarme las cadenas, noble al llenarme de conocimiento puro, sobre lo más valioso, me entregaste algo que cuidar y valorar, me entregaste la libertad de crear y soñar.