Ya casi resulta imposible presenciar una ronda, al modo de las que antaño se realizaban en todas las localidades extremeñas. La imagen de un grupo de personas cantando y tocando sus instrumentos tradicionales mientras recorren las calles de un pueblo, sin que se trate del pasacalles de un festival de folklore, un encuentro de grupos en cuyo programa se incluye una ronda o un momento ritual incluido en una fiesta tradicional, es tan inusual como improbable.
Ya queda muy lejos la acepción clásica de ronda como acto de cantar a la mujer que se galantea. No es a este tipo de ronda a la que nos referimos, sino a ese otro en el que un grupo de amigos se anima a salir y cantar por la calle, acompañados de algunos instrumentos, sin esperar nada a cambio, por el simple deleite de cantar.
La gente ya no suele salir de ronda. No obstante, aún podemos señalar excepciones en Extremadura. Algunos pueblos de la Vera son un ejemplo de ello, aunque no son los únicos.
Permítanme que le hable de una de estas rondas, sin duda no la única, pero sí la que conozco más de cerca porque no hace mucho tuve el privilegio de ser invitado a participar en ella, cosa que vengo haciendo desde entonces y que se ha convertido en uno de los momentos más especiales en mi vínculo con el folklore musical que vivo cada año.
Andaba yo tomando algo en un bar de Piornal, un día de agosto de 2006, cuando un señor del pueblo se me acercó y me dijo que si quería salir de ronda con él y sus amigos unos días después, exactamente el diecisiete de ese mes: “…llevamos varios años sin salir después de lo del crío (su hijo había fallecido), pero este año me he empeñado yo y vamos a volver. Lo que pasa es que los años no pasan en balde y las voces ya no aguantan lo que antes, por eso hemos pensado que vengas tu con el laúd, y así tener nosotros un ratino de descanso entre copla y copla”. Mi sorpresa fue mayúscula. Se trataba de gente varios años mayor que yo, con la que apenas había tenido relación…
Tras un primer momento, de indecisión y casi incredulidad, reaccioné y le respondí que sería un orgullo para mí salir de ronda con ellos. Desde entonces, así lo he venido haciendo cada año, ese mismo diecisiete de agosto, hasta 2013.
Pero, ¿cómo se desarrolla esta ronda?, ¿cómo se inicia?, ¿qué canciones se cantan?, ¿qué instrumentos se tocan?, ¿por dónde se mueve la ronda? Veamos cómo se hace en este caso concreto.
El encuentro se realiza a eso de las doce del mediodía. La terraza de un bar es siempre el sitio elegido para hacerlo.
En esta ronda no faltan las tres guitarras de cada año, cada una con sus seis cuerdas, un tanto añejas aunque de sonido limpio; cinco de ellas con nombre de mujer, como canta una copla: “Las cuerdas de mi guitarra / yo te diré las que son / María, Teresa y Juana / Dolores y Encarnación” -quizá esta letrilla nos remita a aquellas guitarras de antaño o a guitarros que contaban con cinco cuerdas-. Y aún queda la prima, la de sonido más agudo: “Por Dios te pido guitarra / que no se rompa la prima / que parece que se rompe / el corazón de una niña”, como canta otra. Tres guitarras, y tres nombres: Juan, Santi y Miguel; acompañadas de una botella y un caldero, y dos nombre a unir a los anteriores: Ignacio y José.
La ronda que llevan éstos es una ronda que durante muchos veranos nos ha concedido el privilegio de escuchar esa toná tan característica que sólo a los miembros de este grupo parece estar permitida, con su voz y sus instrumentos, con su forma de cantar y de tocar. Una ronda de las de andar mientras se interpreta el estribillo musical y pararse en corro durante la copla, cantada a la antigua usanza. Una ronda de las de pararse en el recorrido, cantar una copla de despedida y dar un respiro a los dedos y a la voz si alguien ofrece algo de beber y de comer a los músicos. Una ronda, en fin, de las de echar gente a la calle para presenciarla.
Desoyendo el cantar que dice aquello de: “Todos los que cantan bien / se arriman a la guitarra / y yo como canto mal / ni me arrimo ni me llaman”, aquel diecisiete de agosto de 2006, me arrimé con mi laúd a las tres guitarras que portaban Juan, Santi y Miguel, a la botella de Ignacio y al caldero de José, emocionado por un lado y un tanto nervioso por otro, no en vano se trataba de tocar y cantar junto a un grupo de personas a las que desde muy joven había admirado como rondadores.
Pronto los primeros rasgueos de guitarra me alertaron de que se encontraba ante una ronda de las de verdad, de las auténticas y genuinas rondas que durante mucho tiempo se escucharon en el pueblo, y que ya prácticamente se han convertido en poco menos que recuerdos, nostálgicos para unos, vagos y difusos para otros.
Enseguida comenzaron a cantar, primero sentados en la terraza del bar en el que nos habían citado, luego carretera abajo. El sol estaba alto, por eso no se entonó aquello de: “Dale compañero, dale / a la guitarra que suene / que está muy lejos la cama / donde mi morena duerme”.
En cada copla salía unas veces Santi y otras José. ¡Vaya repertorio, dios mío!, tantas fueron las coplas que se cantaron y tan pocas las veces que hizo falta repetirlas que daba la impresión de que estaban picados a ver quién sabía más: “A cantar me ganarás / pero no a saber cantares / que tengo yo un arca llena / y encima siete costales” parecía decir uno. “Aunque me estuviera cantando / un año con doce meses / si yo no quiero no canto / el mismo cantar dos veces” parecía decir el otro. Entendemos por cantar (plural, cantares), una copla o un texto de una canción tradicional (estrofa de cuatro versos de arte menor, generalmente con rima asonante en los versos pares y sin rima los impares).
Aunque es lícito que la ronda se mueva en el entorno de los bares para de vez en cuando tomar algo y dar descanso a los dedos que no paran en un buen rato: “Para cantar tener voz / y para bailar salero / y para tocar la guitarra / saber menear los dedos”, hemos de reconocer que los momentos más agradables fueron cuando la ronda se metió por calles del pueblo menos transitadas, en las que, aunque no había bares, no faltó algo de aguardiente y unos dulces con los que gentilmente fuimos obsequiados los seis músicos por personas agradecidas ante la música que llevamos a su barrio.
Se trataba de tocar y tocar, de cantar y cantar, andar con el estribillo y descansar los pies durante la copla, como manda la tradición y aconseja la razón, porque durante el estribillo descansa la voz, y desplazándote al ritmo de la música resulta más fácil pensar en el cantar que vas a interpretar a continuación. Mientras la copla precisa reposo, para poner todas las energías en el canto, el cual, por cierto, resulta endiabladamente agudo: la tonalidad es La mayor. “Siempre se ha tocado en La, pero nuestras gargantas ya no aguantan tanto como antes. Mejor la tocamos en Sol”. Y es que las jotas, con su estructura armónica protagonizada por los acordes de tónica y dominante, siempre se ha tocado: “Empezando en La, luego se pasa a Mi, y luego otra vez La, y así todo el rato”. Y para el rítmo, el característico 3/8 de las jotas extremeñas: “¡Lana azul, buen tiempo”, expresión que se solía decir a los que se iniciaban en el manejo de la guitarra, apoyándose en un esquema rítmico con dos compases y tres corcheas por cada uno: una corchea por sílaba. Y mientras te decían esto, en la guitarra el dedo pulgar rasgaba las cuerdas hacia abajo coincidiendo con el tiempo fuerte, la primera corchea de cada compás y las sílabas “La-” para el primero y “buen” para el segundo. El resto de dedos recorría las cuerdas dos veces, de arriba abajo, coincidiendo con la parte débil, el resto de corcheas y de sílabas “-na a-zul”, “tiem-po”.
Pero lo más hermoso era la tonada que cada año elegía esta gente para su ronda. Unos la llaman “Ronda de los Lucas”, por ser éste el apodo de dos de los integrantes fundamentales: Juan, por su manejo de la guitarra, y Santi, por su papel de especialista en dar entradas a las coplas. Para otros es simplemente “Rondeña de los Lucas”. Es tanta la valoración que en este pueblo se da a las rondeñas (al modo de la tradición musical verata), que cuando alguna canción como ésta conlleva cierto virtuosismo en su ejecución vocal y/o instrumental, y gusta mucho, se le llama rondeña, aunque se trate de una jota. Lo cierto es que se trata de una versión de la conocida “Jota piornalega”, canción que en los últimos años han incluido en su repertorio la mayor parte de los grupos de folklore extremeño, una versión muy peculiar y un tanto difícil de entonar a los que conocen la otra, la más difundida, como dicen algunos: “Es que nos vamos a la otra que se canta en el grupo”. Y es que, como en el flamenco, hay jotas y rondeñas personales, con un estilo propio del que las interpreta, y ésta que tocamos y cantamos durante no menos de cuatro horas, es una de ella
Sin duda, fue una jornada de esas de guardar en la memoria, como las de cada diecisiete de agosto de los años siguientes; para mí porque fue un auténtico privilegio poder rondar con esta gente, de esa manera, con esa canción y con esos instrumentos. Es por ello por lo que no puedo por menos que aprovechar estas líneas para expresar mi más sincero agradecimiento a Juan, Santi, Miguel, Ignacio y José, por permitirme rondar y deleitarme con ellos cada verano. ¡Gracias, maestros!