Pedro Sanabria no necesita pesas ni gimnasios sofisticados para enseñar fuerza. Su taller de calistenia, recientemente incorporado al programa de inclusión Proyecto Ser Escuchado de la Asociación Batalla de Gallos, utiliza el cuerpo como herramienta de transformación personal. Cada flexión, cada dominada, cada rutina de ejercicio se convierte en un gesto de resistencia emocional y de recuperación de la autoestima.
Desde una mirada paciente y cercana, Pedro acompaña a los jóvenes del centro Vicente Marcelo Nessi en un viaje que empieza en los músculos, pero que termina dejando huella en el carácter. Hablamos con él sobre esfuerzo, disciplina y cómo, a veces, el primer paso para cambiarlo todo es simplemente levantarse.
Bienvenido a LaCarne Magazine, Pedro. La calistenia exige constancia, control y superación personal. En este entorno tan particular, ¿qué tipo de reacciones has observado en los chicos al enfrentarse a su propio cuerpo como herramienta de fuerza y disciplina?
Muchas gracias de antemano por contar conmigo en LaCarneMagazine. Lo que más me impacta es ver cómo cambia la percepción que tienen los chicos de sí mismos cuando descubren de lo que son capaces. Al principio, muchos llegan con dudas, inseguridades y la idea de que su cuerpo tiene límites muy marcados. Pero a medida que avanzan en el entrenamiento, comienzan a ver que con constancia, enfoque y disciplina, esos límites se estiran, se transforman. Hay una reacción de sorpresa, de orgullo, de empoderamiento real. Usar su propio cuerpo como herramienta les devuelve el control, y eso tiene un valor incalculable, no solo en lo físico, sino también en su vida cotidiana.
En un espacio donde muchas veces reina la frustración o la desmotivación, lograr una dominada o una rutina puede convertirse en un gran hito. ¿Has vivido algún momento especial en el que un participante haya superado sus propios límites físicos o mentales?
Sí, y podría contarte muchos. Uno que nunca olvidaré es el de un chico que durante semanas no lograba hacer una sola dominada. Veía cómo los demás progresaban y eso le frustraba muchísimo. Pero no se rindió. Seguimos trabajando, ajustando técnica, reforzando musculatura, y, sobre todo, cuidando su mentalidad. Un día, sin avisar, se colgó de la barra y la hizo. Solo una, pero fue suficiente. Ese momento fue un antes y un después para él. La emoción en sus ojos, el silencio del grupo que luego estalló en aplausos…, fue increíble. No fue solo una dominada, fue una victoria sobre sí mismo.
Más allá del ejercicio, el trabajo corporal también conecta con lo emocional y lo psicológico. ¿Qué tipo de aprendizajes o descubrimientos personales crees que les aporta este taller a nivel interno?
La calistenia es una herramienta muy poderosa de autoconocimiento. A través del esfuerzo físico, los chicos aprenden sobre su paciencia, su resistencia a la frustración, su capacidad de superación. Descubren que los límites que creían tener muchas veces eran mentales, no reales. Aprenden a respetar sus procesos, a celebrar sus logros, por pequeños que sean. También se conectan con valores como la humildad, la solidaridad y el compromiso, porque aquí no compiten entre ellos, se acompañan. Y eso deja una huella emocional muy fuerte.
Como monitor, vives el proceso desde otro lugar, pero también lo sientes. ¿Qué te ha sorprendido o conmovido más de trabajar con estos jóvenes a través de la calistenia?
Lo que más me conmueve es ver cómo llegan de una forma y se van de otra. A veces empiezan con la mirada baja, con poca confianza, y poco a poco se transforman. Verlos levantar la cabeza, hablar con más seguridad, reír, motivar a otros… eso es lo más valioso. Yo siempre digo que en estos talleres no solo se fortalecen músculos, se fortalecen personas. Y ser testigo de esas pequeñas grandes transformaciones es un privilegio. Cada historia me recuerda por qué amo lo que hago.