Uno (…busca lleno de esperanzas, / el camino que los sueños / prometieron a sus ansias. / Sabe que la lucha es cruel y es mucha…), es un sentimental; digo, que soy un sentimental (y un gilipollas también, lo sé), y procuro que la educación de mi hijo sea de calidad, y con esta palabra, “calidad”, me refiero a que la cultura sea parte integrante, e importante, de su vida. Iluso (…porque todo lo que piensas tú, / son ilusiones, que más me da, / son ilusiones, y así nací, / son ilusiones…).
Guardo en una vieja caja/maleta/estuche de cuero (allí estaba la primera coctelera que tuve, y utilicé) las entradas de las películas que hemos ido a ver juntos (mi hijo y yo), las de las obras de teatro, las de los musicales, las de los conciertos de música clásica (de estas no hay muchas. Los que se escuchan en la Vieja y Pétrea Reseca, mi ciudad, son de los de “sota, caballo y rey”, esto es, los de la manida y rancia educación sentimental “flaubertiana”, o por lo menos eso me parecen a mí) y las de los ballets también (a mi hijo le gusta bailar, y ya saben lo que medio-canta-desafina al respecto don José María Sanz Beltrán, alias “Loquillo”, <<…y ha vendido su alma, / ha aprendido a bailar. Y hoy ya sabe cómo volar.>>). La última que hemos puesto allí, riéndonos de nuestra candidez (por creernos que íbamos a pasar una tarde de domingo superchuli), ha sido la del timo sufrido en fechas recientísimas, y que con el reclamo de cierta película infantil-juvenil-familiar, que ya tiene tres partes y que va de animalitos que ya no existen, pero que existieron y eran muy grandes, compramos para, como decía la propaganda de mano, experimentar una nueva forma de sentir el teatro (con ese bodrio, ¿cómo no va a estar en crisis el teatro, einh?).
El maharajá de Kapurthala, que se casó con la española Ana María Delgado Briones, Anita Delgado, cantante de cuplés (…una noche de baile / la modistilla Isabel, / al compás de una polka / se enamoró de un doncel…), cuando escuchó una de estas típicas composiciones eggpañolas (sí, sí, eggpañolas) dijo, “esto sí que es cultura” (lo dijo cegado por la pasión amorosa. ¿Por qué sé esto? Je, je, como dicen los cuentacuentos y los cuentistas, eso es otra historia, amigos). Cuando salimos del “sspetáculo” perpetrado por la compañía de cuyo nombre no quiero acordarme, el sentimiento no era el mismo, se lo puedo asegurar a ustedes, que el del príncipe punyabí; era, sencillamente, la de que habíamos sido timados por unos astutos productores ávidos de dólar (no solamente Dalí, del que se cumplen ahora 25 años de ausencia –“el surrrrrrrealiiiiiismo soy yoooo”-, está infestado por la enfermedad de ganar pasta sin cesar) que bajo la apariencia de algo conocido y entretenido, lleno de aventuras sin par y peligros que superar, engaña a niñas/os y a sus papás y mamás. Pues así, queridos productores, no se alcanza ningún grado de cultura, ya que l@s infantes/as no son tont@s, y se la pueden ustedes “clavar” un par de veces, pero tarde o temprano se darán cuenta y dejarán de ir a los teatros, a las salas de conciertos, a los cines… “¿para qué, para pagar 7, 10, 12 ó 15 euros y que sea todo una mierda?”. O sea, que se fomenta el “pan para hoy y hambre para mañana”, en el mejor de los casos, y en el peor, “coge el dinero y corre”, y eso, de cultura, tiene poco (aunque sí tenga números).
¿Los de la película saben lo que se hace bajo el reclamo de su título cinematográfico en los escenarios teatrales? Si lo saben y dejan hacer (recibiendo, supongo, el diezmo correspondiente), más gente robando a costa del ocio, la cultura y el entretenimiento; y si no lo saben, alguien se lo debería decir ahora mismo, porque encima del bodrio que realizaron sobre las tablas, el caradura del protagonista (qué atractiva me pareció la actriz que iba de siesa y rusa, doctora Ivánova), al final de “eso” que vimos y escuchamos, dijo, “no se la cuenten a nadie… para que descubran la obra por sí mismos”. Pa`bernos matao.