Siempre que tengo bolos (no me acaba de gustar dicha palabra, o la expresión “me voy de bolo”, no sé, es como “me voy de pedo”, pero todo lo contrario, no puedo estar bolinga en el escenario, ¿o sí? Algún día tendré que volver a hacerlo –el estar pedo en el escenario, digo-. Lo del “bolo” es más del “mundillo” –que apesta- teatral, y sí, a la postre debería estar a gusto incluyéndome en él, perooooo, pero no, yo canto… puuufff, y no me acabo de ver o sentir dentro del bolo, utilizo mejor, y más a menudo, “tengo actuación”, que es, ciertamente, como rizar el rizo), vuelvo al principio: siempre que tengo bolos me pregunto, como el bueno de Labordeta, “qué hago yo aquí” en vez de estar, dentro de la cosa esta “artística” (no, así no vamos bien, así no vamos a avanzar mucho, ¿he dicho “cosa artística”?), pintando (ojala supiera), escribiendo (ya me gustaría acabar “Slàvia. Una ópera moderna”), filmando (no sé y no tengo pasta, y además no sé sacarle las perras a la gente) o tocando algún maravilloso instrumento (Dios no me dio dedos) que se afine “desde fuera”. En fin, que yo me entiendo y me pregunto, “¿qué hago yo aquí?”, porque siempre que tengo actuaciones dependo de otr@s que son los (mis) pianistas acompañantes, “esos seres”.
A Grosso modo diré (es sobre lo que voy a escribir en este espacio que siguen prestándome los comprensivos y locos amigos de LaCarne) que hay unas cuantas “razas” (a pesar de parecer darwiniano, pues de aquellos polvos más tarde llegaron los lodos del nazismo -cierto que reduciéndolo todo mucho-) de “esos seres” llamados “pianistas acompañantes”. Vaya para todos ustedes, un pequeño muestreo.
A) El/la que te acompaña siempre y sabe por experiencia (más sabe el diablo por viejo que por diablo) cómo va el asunto, tú asunto; este/a es el/la buen@, ¿por qué? Porque está todo dicho, porque el repertorio viejo, usado, ya está resabío, y al nuevo sabe cómo enfrentársele, y te comprende, te escucha, no te hace demasiado caso, y te muestra el camino sin que tú te enteres en demasía del trabajo realizado.
B) El que es un crack (de lo bueno que es) tocando el piano y como es tan bueno, tan excelso, tan “cosmopolita”, tan abierto, taaaaannnn… cohonú@, te acompaña sin más y es todo un lujo, para el auditorio, y para ti, por supuesto. Lo malo de este segundo tipo de ser, de este segundo tipo de pianistas, es que no abundan mucho, y cuando los hay a tu alrededor, y los conoces, están más que solicitados, y l@s capullo@s pueden pedir cantidades irrisorias (irrisorias porque te descojonas de las tarifas, impagables, que exigen); diré que he cantado acompañado por gente así y no me han cobrado un euro nunca, je, je, je, hay que tener amigos hasta en el infierno.
C) Con los pianistas con los que hay una necesidad de “ensamble”. Este tipo le jode bastante al cantante (cuando el cantante, como es mi caso) es “regularcino” (así me catalogó un profesor que no había sido nada mío –y no, no voy a entrar a saco, ¡¡¡¡aaaagggg!!!-) porque no solo tiene que cantar, el cantante, o aprender nuevas partituras, papeles o roles, sino que también tiene que “mirar” por la conjunción con el pianista. Puuuffff, qué trabajito, pa lo que cobro, chacho, chacho, chacho.
D) El “guarro”, esto es, el pianista que toca todo lo que le echen (tiene digitación, sí; lectura veloz, sí; le da igual todo, sí; le preocupa algo, no, solo su culo y cobrar) pero “cérdidamente”, o como diría mi tía Tomasa, “a lo Barenboim”, esto es, el concierto no “está en su sitio”, el sonido no es el deseado, no es el de siempre (aunque “el de siempre” sea siempre imperfecto)…
Hay más (tipos de pianistas, claro), pero no tengo más espacio; tal vez siga con esto la próxima vez que me lean (si lo hacen y sigo aquí), pero lo más seguro es que les hable de cierto bolo, digoooo, de cierta actuación de la que quiero hablarles. Salud, “camaradas músic@s”, ji, ji, ji.