Leyendo el libro de Baricco, El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin, acabo entendiendo que hasta ahora no he estado del todo equivocado –como no lo estuvo Metallica cuando se mezcló con la Sinfónica de Londres-, pero sí bastante perdido, y le doy las gracias a Tchaikovski por mostrarme caminos nunca antes hollados –en realidad, “escuchados”- por mí.
¿Qué es clásico? Clásico eres tú, que diría un “letraherido” (¡¡peste de poetas!!), pero para este peregrino es algo, lo clásico, relevante, incombustible y precursor; llama y espíritu; trasgresor y compendiador de todo; impulsor, elevador y abridor de cerebros; chispa inicial; ataque de naves en llamas más allá de Orión, Rayos-C centelleando en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser, lagrimas que no se perderán en la lluvia; filón de ideas; espoleta, percutor, disparo, herida, muerte, resurrección y círculo último donde la cólera del león es la sabiduría de Dios…
Algunas cosas de las escritas no son mías, claro, pero las he tenido que poner “negro sobre blanco”, por necesidad, después de escuchar el disco que me he auto regalado (Concierto para Piano y Orquesta nº 1 de Tachaikovski), tomándome un Colacao y un Tigretón, sabiendo, como sé, que si es bueno, es clásico.
En esta composición encontramos acordes maravillosos en un universo (muy) imperfecto; colores mezclados con pasión y llenos de luz (destellos) en un mundo gris (este, ese, aquel); narrativa contemporánea y adelantada; realismo musical, sin trampa ni cartón, sobre un fondo apabullante de luz; verdad matemática (2+2 = 4); variedad y simbología -¡oh, Mozart que a todos iluminas, danos la BELLEZA!-; ¡arte del güeno!
Este compositor ruso, eslavo (oriental sí) y europeo y mundial… ¡¡¡y cósmico!!! Nos muestra con su obra un mundo que nadie se debe perder, porque por encima de todas las estupideces que he redactado, está la música, MARAVILLOSA, que nos trae ¡El Maestro!