Azorín definía la música como «la más espiritual de las artes»
Proverbial es de antiguo la sordera hacia la música que tuvieron en España en tiempos pasados los intelectuales, escritores, políticos y el poder económico, para los que salvo raras excepciones la música no significaba gran cosa. Se etiquetó de sordera esa falta de sensibilidad de los intelectuales y escritores españoles frente al arte musical.
[mks_button size=»small» title=»Descargar ahora!» style=»rounded» url=»/tienda/lacarne-magazine-60/» target=»_self» bg_color=»#dd3333″ txt_color=»#FFFFFF» icon=»fa-cloud-download» icon_type=»fa»][mks_button size=»small» title=»Ver ahora!» style=»rounded» url=»http://issuu.com/lacarne/docs/lacarne_magazine_n60/32″ target=»_blank» bg_color=»#dd3333″ txt_color=»#FFFFFF» icon=»fa-eye» icon_type=»fa»]
Hoy tampoco se ha mejorado demasiado. Cuántos se avergonzarían de no estar puestos en literatura, en pintura, en cine o en arte en general y, sin embargo, están lejos de avergonzarse por ignorar los más elementales conocimientos musicales. Se disculpan así mismos por esta carencia sin ningún pudor, y lo cierto es que la falta de interés hacia la gran música no puede por menos que hacer resentirse la realidad cultural de España.
Si analizásemos éste y anteriores siglos, admitiríamos lo poco que en el campo intelectual se confraternizó con la música, lo que es deplorable por cuanto de autoridad tienen las ideas de los intelectuales hacia la opinión pública.
Desde el siglo XIX, la generación del 98, la del 27 y posteriores, pocos autores han prestado atención al fenómeno musical: Bécquer, García Lorca, Pérez Galdós, Gerardo Diego…, y sin embargo hay muchos que practicaron esa sordera de la que tanto se habló. En la larga lista se incluía a José Martínez Ruiz, Azorín, hoy de actualidad al conmemorarse este año el cincuentenario de su muerte.
El extraordinario prosista, hacedor del estilo moderno en la literatura, compartía con Unamuno, Valle Inclan, Gómez de la Serna y otros de su generación el hecho de permanecer ajenos al arte de la música, siendo, como todos lo eran, tan sensibles a otras artes. En Azorín me contrariaba el que habiendo sido como era, además de escritor, crítico teatral, cinematográfico e incluso taurino, nunca se deslizara por el terreno musical.
Pero a veces las etiquetas son falsas. Buscando en la obra de Azorín algún rasgo de sensibilidad musical, he considerado que si él definía la música como “la más espiritual de las artes”, es porque en realidad no le era ajena, al menos como aficionado.
Azorín se relacionó además con los artistas e intelectuales de su tiempo manteniendo estrecha amistad con Manuel de Falla, y dicen que tenía a Pastora Imperio como su musa. Ya es algo, pero es que también escribió algún cuento sobre música y sobre el universo wagneriano, y si a esto añadimos que su prosa si no era precisamente cantarina, sí tenía un gran sentido del ritmo, tenemos elementos suficientes para sacarle de la lista de los “sordos”, en la que no debió figurar.
Digo esto como descargo al escritor, cuyo cincuentenario se conmemora, y porque, como se ve, se etiqueta sin demasiado fundamento. Sí es cierto que si la música contara más en el mundo de la cultura, España estaría en equivalencia con los países más desarrollados, que hoy, con todo su potencial, no lo está.
¿Qué cabe decir de los políticos? Muy interesados se les ve y seguidores de los deportes, del cine, tal vez de la literatura, pero poco aficionados a la música. Si asisten a conciertos no es porque se lo pida el cuerpo sino porque se sienten obligados como tributo a sus cargos.
No es fácil descubrirlos disfrutando de acontecimientos musicales si no es de manera oficial, por exigencias del guión, aunque qué duda cabe que en todas las escalas y en nuestro entorno también hay personas, que detentando cargos públicos, sí están interesadas en el fenómeno musical, pero una golondrina no hace verano, y por eso la música en la cultura española no adquiere la consideración seria que otras artes.
Los músicos sobreviven unos mejor que otros, a pesar de los políticos, muchas veces al azar. Los vínculos existentes entre la música y los poderes públicos no son tan estrechos como debieran, y se hace muchas veces política de escaparate y no de convicción.
Estar en política tiene sus exigencias. Es adquirir una responsabilidad importante. La música de altura es un bien cultural de primera necesidad para el ser humano que es algo que se olvida, y si los ayuntamientos y los gobiernos autonómicos son responsables de una gran parte de la vida musical española, en ellos recae el establecer que se la dote de la atención y del suficiente presupuesto para su promoción y difusión. Me refiero a la música clásica y a la buena música, que lo está exigiendo.