Durante los últimos años hemos sido testigos de los cambios que han venido dándose dentro de la industria musical, sobre todo en las compañías discográficas. En tan solo dos décadas, la forma de entender el mercado y de consumir la música han cambiado radicalmente. Lo cierto es que, durante toda su historia, la industria musical se ha visto obligada a renovarse y adaptarse a las cambiantes necesidades del mercado y a la constante aparición de nuevas tecnologías y tendencias.
Antes de la aparición de Internet, el sector discográfico alcanzó la mayor cantidad de beneficios por encima del sector de las licencias musicales y del sector de la música en vivo. Las compañías discográficas eran empresas que no sólo se limitaban a realizar el proceso de grabación sonora, sino que también asumían el control de la manufacturación, la distribución, el marketing y la promoción del disco.
Con la llegada del CD en 1982 y la introducción de la grabación digital en los estudios, las compañías pudieron reducir los costes de producción respecto a los vinilos y casetes. Esta nueva tecnología fue todo un éxito, ya que, por primera vez en 1988, las ventas de CDs consiguieron superar a la de los discos de vinilo, y durante esta década las compañías discográficas alcanzaron los niveles más altos de ganancias de su historia.
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Fue también en esta época (1980-2003) cuando las seis principales compañías discográficas comenzaron a fusionarse: Warner Bros Records se fusionó con Time Inc., convirtiéndose más tarde en Time Warner; Columbia Records pasó a formar parte de Sony; el grupo EMI se unió con THORN Electrical Industries para formar Thorn EMI; Matsushita compró Universal Music, los cuales fueron posteriormente comprados por Vivendi; BMG era ya parte de Bertelsmann y PolyGram de Philips.
De esta forma, todas estas compañías pasaban a estar bajo control de un estricto conglomerado empresarial, cuyas estrategias de venta llevó al mercado a aumentar las tasas de crecimiento hasta la primera mitad de 1990.
Las compañías discográficas basaban sus estrategias de marketing en colocar sus CDs en los mejores lugares de las tiendas o grandes superficies en la llamada “guerra de las estanterías”, y costear una gran campaña publicitaria tanto en la radio como en televisión.
Un ejemplo de ello fue la aparición de la cadena estadounidense MTV en 1981, que pasó a adoptar el papel predominante que la radio tuvo años atrás. A partir de entonces, el canal ha promocionado la venta de discos de muchos artistas a través de vídeos musicales que eran emitidos las 24 horas del día en rotación constante. A diferencia de la radio, la imagen pasaba ahora a un primer plano con la creación de ídolos y superestrellas con el fin de captar público y ser un producto atractivo.
Sin embargo, todo este modelo peligró con la aparición del MP3 a principios de la década de los 90, un novedoso sistema de compresión de audio digital que sacudió económicamente a la industria musical. En 1995, sus creadores intentaron vender dicha tecnología a la industria musical, pero ésta no pareció muy interesada en la oferta. Tres años más tarde apareció en el panorama Napster, un programa de intercambio de archivos online que puso en jaque a la industria discográfica por ser el primer sistema masivo de distribución de archivos MP3 mediante red P2P.
La piratería era ya una realidad a través de las descargas ilegales de programas como Napster, eMule y Megaupload, y a finales de la década, el software P2P y el MP3 acabó finalmente por desbancar a la distribución física de música grabada.
Para tratar de frenar esta situación, las compañías discográficas gastaron grandes cantidades de dinero y tiempo en perseguir la piratería e iniciaron una persecución legal para demandar a Napster y llevar ante los juzgados a los propios usuarios. Sin embargo, todas estas estrategias por parte de la industria musical para acabar con el P2P y el intercambio de archivos fueron un fracaso.
Mientras tanto, Apple Computer lanzó en enero de 2001 iTunes, cuyo modelo de negocio estuvo basado en la descarga de canciones al reducido coste de $0.99. A partir de entonces nuevos competidores emergieron, como Amazon MP3 o el nuevo Napster, el cual permitía la descarga de música mediante una cuota mensual.
Esta nueva forma de consumo musical en formato digital trajo consigo la vuelta de los singles y los hits, que recordaba al formato empleado por la industria décadas atrás, especialmente durante los 50’ y 60’, ya que ahora los consumidores podían comprar directamente las canciones individuales en lugar de pagar por un álbum completo. Esto, por otra parte, supuso para la industria musical una reducción considerable de los ingresos al pasar de la venta de un álbum completo de $10 a $0.99 centavos de dólar por cada canción. Pese a que estas plataformas digitales consiguieron recuperar parte de las ganancias con las ventas en formato digital, las antiguas cifras que se obtenían con la venta física del CD no volvieron a producirse.
Con la aparición de YouTube en 2005 y de Spotify en 2008, las compañías discográficas comenzaron a apoyar un nuevo modelo de negocio digital basado en el servicio de suscripción o streaming, en el que los usuarios pagaban mensualmente una cuota fija para poder tener acceso a toda la música en la plataforma de forma ilimitada.
Para 2013 el modelo streaming en plataformas como Spotify comenzó a generar beneficios. El éxito de su propuesta se basó en distribuir legalmente y retransmitir música vía online en tiempo real, sin necesidad de almacenarla en ningún dispositivo externo. De esta forma, estas plataformas pusieron a disposición del público un catálogo cada vez mayor de álbumes y sencillos a través de contratos cedidos por las propias discográficas y productoras. Para ello estableció un modelo de negocio freemium que ofrecía un servicio gratuito básico y con publicidad, cuyas prestaciones podían ser ampliadas mediante una suscripción de pago.
Durante el 2015, los ingresos globales de música digital superaron por primera vez a los de la música en formato físico, con un 45% del total frente al 39% de las ventas físicas. Según el “Global Music Report” publicado el 2 de abril de 2019, en 2018 el mercado musical creció un 9,7%, siendo el cuarto año consecutivo de crecimiento económico global. Un 59% de los ingresos provenían exclusivamente del streaming musical (37% de ingresos mediante suscripciones de pago, 10% de ingresos mediante publicidad a través del streaming gratuito, y 12% provenientes de descargas).
En cuanto a las ventas de CDs, tan solo el 25% de los ingresos totales procedían de la música grabada en soporte físico, lo cual supuso un 10.1% menos que en 2017. Sin embargo, aunque la venta de discos haya disminuido con la descarga legal o ilegal de música, el CD se utiliza actualmente como una herramienta de difusión y como un medio para generar ingresos en los conciertos.
Por otro lado, aún se siguen editando soportes como vinilos, casetes y ediciones especiales, ya que pueden ser vistos por cierto sector del público como material de merchandising o como soportes nostálgicos y coleccionables. De hecho, llama la atención como la venta de discos de vinilo fue récord en 2015, 2016, 2017, lo cual recuerda a los niveles alcanzados en los noventa. Sin embargo, este resurgimiento del vinilo todavía registra un volumen mínimo frente a las descargas, streaming o la venta física de CDs, ya que solo representa el 2% de las ventas totales de la industria.
Gracias a los avances tecnológicos y digitales se ha producido toda una revalorización por parte de los más jóvenes hacia el vinilo. El formato físico pasa ahora a ser propio de un tipo de público que conoce y aprecia la calidad sonora y el coleccionismo/exclusividad. Esta demanda es aprovechada por la industria discográfica que ve en este sector un mercado que, aunque es mínimo, supone una fuente de ingresos estable y potencial.
Conceptos como colección y propiedad iban perdiendo relevancia en la era de la distribución digital. En la época anterior a internet, la colección de discos de cada persona era una seña de identidad. Por lo general, en las caras B a menudo se incluían temas inéditos y remezclas exclusivas, por lo que los soportes físicos pasaban a convertirse en ediciones de coleccionismo.
En la actualidad, los usuarios utilizan las redes sociales online como Facebook o Twitter para informar al mundo de la música qué está escuchando en ese momento, y de esta forma afirmar su identidad y sus gustos a sus amigos y al mundo. Esta información es recogida por las plataformas publicitarias y sus clientes, ya que les permite conocer mejor el perfil de la audiencia a partir de sus hábitos de escucha y enviarles así mensajes publicitarios adaptados a sus características demográficas y sus intereses. La industria va allí donde está el público y actualmente se aprovecha de las redes sociales.
Sin duda, la música en streaming se ha convertido en la principal fuente de ingresos de las compañías discográficas, ya que el 75% de los ingresos que obtienen de estos servicios son por derechos de reproducción sobre las canciones. Una nueva industria musical digital basada en el streaming y las redes sociales ha llegado para quedarse.