Crítica «lírica» a La Corte del Faraón en el Teatro Romano de Mérida
Para empezar, en primer lugar, y para mí muy importante, no es de recibo, y sobre todo en un Festival de tanta importancia como debe de ser éste, con la antigüedad que tiene y con el desfile de figuras de primer orden, tanto dramática como musicalmente que han desfilado por ese magnífico escenario, que en un espectáculo lírico se utilice música grabada, y no una orquesta que toque en directo, teniendo además su sitio reservado desde su construcción en el siglo I con el nombre de «Orquesta» justo delante del escenario, en un plano rebajado situado estratégicamente entre los actores y el público para que se oiga la música bien desde todos lados (¿habrá que tomar como referencia la Arena de Verona?).
Después de esta cuestión importante, pasemos al espectáculo ofrecido estos días pasados de La Corte del Faraón.
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Otra cuestión que también me parece inaceptable es la desvirtuación de algunos de sus temas musicales más representativos y característicos de La Corte del Faraón (los que se suelen recordar y que popularmente reconocen inmediatamente la obra), como es por ejemplo el tema de “Las viudas”, encarnado en esta versión por hombres, y que le quitan toda la gracia y la intención de las palabras, y el doble sentido con que el autor (Vicente Lleó) quiso buscar, reduciéndolo a una payasada sin gracia ni sentido.
Esta representación de La Corte del Faraón, que forma parte del repertorio habitual en cualquier teatro lírico que se precie, y que ha sido desde su estreno una de las zarzuelas de más éxito, en este caso no es lo que se entiende como zarzuela habitualmente, más bien se puede colocar, desde el punto de vista de su definición como espectáculo, como un musical «arrevistado», con unas interpretaciones musicalmente deplorables, con voces de mala calidad y actuaciones igualmente burdas (con la excepción quizá de la protagonista, Itziar Castro creo que era), que utiliza unos diálogos provocativos interpelando directamente al público, y que refuerzan aún más el carácter de “revista” al que me refería.
Afortunadamente, el público respondía a la provocación buscada y hacía el juego que se le pedía. Digo “afortunadamente” desde el punto de vista del ritmo narrativo, porque si no hubiera habido “respuesta” del público se habría acabado el espectáculo. Aunque desde el punto de vista artístico y de calidad, estas respuestas daban más bien “vergüenza ajena” por lo zafio y arrabalero de los diálogos que se producían entre las propuestas que se le hacían al público, y las respuestas que el mismo contestaba.
En fin, el resultado final es que esta versión de La Corte del Faraón hacía recordar a aquellos espectáculos de feria del “Teatro de Manolita Chen” (los más mayores seguro que lo recuerdan), que, situados en su contexto de feria de pueblo, incluso tenían su digno cometido, sobre todo porque de antemano se sabía lo que se iba a ver y no inducían a engaño, como sí ocurre en esta lamentable representación en un festival que debería buscar la excelencia y no la vulgaridad, y debería reforzar el prestigio al que quiere aspirar si se pretende dar continuidad a la dilatada historia que se ha logrado alcanzar con la celebración de, nada menos, que esta 65 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, realizado casi sin interrupción en este escenario tan singular y valioso como es el Teatro Romano, auténtica joya de la antigüedad.