En una nueva entrega de Improvisación Libre con…, os traemos a Ruvenigue (didgeridoo, clarinete…y mucho más).
¿Qué voy a decir a estas alturas de Ruvenigue? Lleva el espíritu arindododiano dentro, y fue mi otro yo durante varios años. Y aunque esté ahora separado de mí a muchos kilómetros de distancia, la conexión sigue siendo igual.
Hicimos juntos lo más genuino de la época de Arín Dodó, y sin él mi evolución artística y personal ni hubiera sido la misma, ni igual de fructífera.
Así que nada!! Ruvenigue, me alegra mucho haber vuelto a encontrarte en el camino!!!
Indico sólo alguna de las cosas que hicimos juntos, que fueron muchas, y a continuación, su entrevista e impresiones:
- Directo en La Bagatela, Madrid (Satisfacción Lab & Arín Dodó)
- Blefaritis aguda del cíclope Andrés, parte II
- La procesión del perrito faldero a las profundidades del Averno
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Ruvenigue y sus primeras experiencias con la Improvisación Libre
Corría allá como el 2006, cuando en una tarde de otoño, paseando por el barrio madrileño de Lavapiés, una urgencia fisiológica me llevó a entrar en un bar donde unos tipos raros se reunían entorno a una mesa.
Al lado de estos se hallaba un montón de instrumentos enfundados entre los que me destacó lo que podría ser un digeridoo (haber consumado el acto de la digestión).
Yo ya lo soplaba por aquel entonces, así como me dedicaba a manosear otro tipo de cachivaches.
Me acerqué como un niño tímido a resolver mi duda y satisfacer mis expectativas, y efectivamente, a los pocos días me encontraba en medio del lóbulo límbico del cerebro degenerado del Señor Arín Dodó.
Había caído de bruces en el germen prístino e incondicionado de la libre expresión, de la improvisación libre. Esta forma de hacer música va más allá de “hacer música”.
Más bien diría que se trata de una forma de deshacer la mente, desaprender lo aprendido, liberarse de los condicionantes y volar entre las ondas giratorias de la creación artística, es un forma más bien absurda y amorfa de acercamiento a Dios.
Deshacer la mente es liberarte de ti mismo, entonces la música surge sola y baila sin hilos en medio del escenario: flotando, y entonces Dios se revela improvisadamente, inverosímil y espontáneo.
En cierta ocasión, a mitad de una actuación se nos presentó en forma de cazo (utensilio para calentar la leche por las mañanas).
El lenguaje en sí mismo me parece algo improvisado. Cada uno de nosotros estamos provistos de un sinfín de elementos para conseguir expresarnos, esto es, hacer relativamente tangibles y comprensibles a los otros y a nosotros mismos los procesos abstractos que ocurren en nuestras cabezas.
Para ello, un conjunto de mecanismos se pone en funcionamiento, estos mecanismos innatos o adquiridos se apoyan muchas veces, sobre todo en el caso de los músicos, de accesorios exteriores, como puede ser un piano de cola o la escobilla del wáter.
Arín Dodo me ha enseñado mucho a manejar esta cantidad de mecanismos, pero he de decir que trato de evadirme de las influencias, supongo que es imposible y estamos de una o de otra manera supeditados a ellas.
Ruvenigue, el arte y la improvisación
¿Escuchas mucha música improvisada libremente? ¿Crees que es necesario hacerlo para ser un buen improvisador? Es algo que me he planteado de vez en cuando… Yo, en particular, no suelo escuchar mucha música improvisada. Por supuesto, en los conciertos que asisto, o mientras toco con otra gente, pero no suelo escuchar discos o ver vídeos de este tipo de música. Lo hago, pero no con frecuencia. La fuente de inspiración la busco en otros sitios: lectura, escuchando música “convencional” e interesándome por otras disciplinas artísticas o no necesariamente artísticas… ¿Cuál es tu opinión?
No creo que sea necesario escuchar nada en particular. Yo por mi parte he escuchado de todo, géneros de todo tipo y época, ruidos y sonidos muy diversos.
Nos pasamos la vida escuchando cosas, todo vale, cualquier cosa puede resultar sugerente o no sugerirnos absolutamente nada, depende del momento.
La fuente de inspiración puede venir del silencio más absoluto, pero no es fácil hallar dicho silencio.
¿Piensas que el arte hay que tomárselo “en serio”? Quiero decir, si hay que tenerle respeto, o simplemente encararte con él, y hacer lo que sientas sin pensar en cómo te van a juzgar. ¿Es algo elevado y trascendental? ¿O es preferible, en tu opinión, bajarlo de su pedestal y considerarlo más terrenal, menos sublime?
Sí, por supuesto que el arte hay que tomárselo muy en serio.
El arte nos lleva a lugares más elevados de nuestro propio ser, por lo tanto, hay que no solo respetarlo, sino incluso venerarlo como si de algo sagrado se tratase, porque, de hecho, el arte nos pone en conexión directa con lo sagrado.
Por el contrario, lo que no hay que tomarse nada en serio son los formalismos y las partituras, las reglas, las formas, las estructuras…
Todo eso forma parte de un plano mucho más tosco, y están bien para darles el debido uso: lo mejor que se puede hacer con todo eso es un montón de confeti y lanzárselo al espectador.
Sí, el arte es sublime y no hemos de bajarlo de su pedestal, lo que tenemos que hacer es esforzarnos por trepar al pedestal.
¿Qué es para ti “espacios” en una pieza? Quiero decir, que si te dicen: “vamos a crear una pieza con “espacios”, ¿qué interpretas?
Considero a la pieza como un espacio en sí, un espacio constituido a su vez por un número indeterminado de espacios.
Espacios que se mueven de aquí para allá, que suceden, que se expresan, que se intercalan, que suben, bajan, se mantienen suspendidos un cierto tiempo, espacios yuxtapuestos y espacios superpuestos, espacios de aparente silencio…
Pero a mi manera de ver, todos estos espacios deben conjugarse, y acaban conjugándose de tal manera que dan lugar a un solo espacio, un espacio más o menos definido, más o menos bello, simétrico, equilibrado y perfecto.
Ese espacio viene a constituir la pieza que a su vez da origen a otro espacio en el interior de la cabeza del espectador, un espacio del todo subjetivo.
¿Consideras que la improvisación libre es un género musical autónomo?
La música, como el resto de creación artística, está llena de clasificaciones, de nombres, de conceptos.
Improvisación libre puede valer para expresar algo, pero habría que entrar a definir lo que esas dos palabras realmente significan. Creo que ambos conceptos no atienden del todo a la verdad.
Por un lado, improvisar es hacer algo sin tenerlo preparado, pero yo creo que el músico sí tiene una serie de recursos y de patrones predefinidos en su haber, que despliega de una manera predeterminada en relación, eso sí, a una situación de cierta incertidumbre, donde podría tener cabida en mayor o menor grado la acción improvisatoria.
Luego tenemos la noción de libertad. Esto lo considero un tanto pretencioso, pues si bien considero que si se debe contemplar como un objetivo a seguir, no considero tanto que los músicos hayamos conseguido tal elevados logros, sino más bien que seguimos estando sujetos a nuestros propios condicionamientos, y a la opinión de un posible público en ocasiones ausente.
Por otro lado, entiendo y comparto que sí podríamos estar hablando de un género musical autónomo, y que el ponerle nombres o calificativos (en este caso, improvisación libre) no pasa sino por el ámbito de lo puramente racional.
Dicho esto, la pregunta me acaba de sugerir otra manera de llamar a la improvisación libre o a esta especie de música: por qué no música autónoma, o simplemente “automúsica”. Ahí dejo la propuesta.
Hay músicos e improvisadores (como yo, por ejemplo) cercanos a la idea de hacer primeras tomas y de dejarse llevar por la intuición, la inmediatez y la espontaneidad. Hay quien dice, sin embargo, que esa forma de entender el arte lleva a fórmulas repetitivas y aburridas, y que el ensayo y la composición son necesarios para evitar esos inconvenientes. En mi opinión, las fórmulas y patrones se repiten en cualquier manifestación artística. ¿Qué opinas?
Como dije antes, los patrones están ahí, casi de manera inherente al músico, y no es fácil eludirlos. Ambas formas me parecen interesantes, y no veo por qué descartar ninguna de las dos.
Lo espontaneo, intuitivo, etc., también puede surgir en el ensayo y en la composición.
De hecho, deberían de darse siempre, pues son requisito primordial para que una pieza posea algo de originalidad, algo de interesante. Creo que es a partir de ese impulso creativo que el músico puede obtener algo provechoso para luego poder trabajar sobre ello.
Por otro lado, las primeras tomas, o a lo que nos referimos como improvisación directa en el escenario, me parecen prácticas muy enriquecedoras, y en ocasiones con resultados espléndidos.
Por supuesto que se llegan a lugares que de la otra forma es más complicado, pues nos exponemos a un grado mayor de incertidumbre, y así, valores como los que hemos señalado, se ponen en plena efervescencia.
Las posibilidades son del todo inverosímiles, multidimensionales, pudiéndonos llevar a un sinfín de lugares de diferentes estéticas sonoras y niveles creativos, llegando por momentos a experimentar un arte más puro y original, casi intrauterino.
Por eso, cuando asistimos a un concierto de automusa (experimentación improvisada proveniente de la libre inspiración), asistimos en verdad al ritual de un nacimiento, un nuevo organismo es expulsado en medio del escenario, y la sala de conciertos se convierte en la sala de partos.
En un libro llamado “El nuevo paisaje sonoro”, de R. Murray Schaffer, viene la siguiente afirmación: “Es cierto que hay mucha gente que no son sensibles al ruido, pero esos son precisamente los que tampoco son sensibles al argumento, o al pensamiento, o a la poesía, o al arte, en una palabra: a cualquier tipo de influencia intelectual. La razón de esto es que el tejido de sus cerebros es de una calidad muy tosca y ordinaria. Por otro lado, el ruido es una tortura para gente intelectual”. ¿Cuál es tu opinión sobre esta afirmación?
Bueno, diría que el ruido es una cuestión de percepción, y así como un ruido cualquiera puede ser susceptible de formar parte de una pieza musical del más alto nivel, asimismo un sonido cualquiera, o incluso una pieza musical cualquiera, podría suponer el ruido más tortuoso.
Esto no solo depende de las características del sonido y de las variables a las que estos están sometidos, sino también de la educación de un oído sobre una frecuencia o conjunto de frecuencias determinadas, y de cómo éste se relaciona con la misma, dando lugar a una emoción concreta.
Todo este flujo y reflujo vibracional conforma paisajes sonoros a los que me referiría más bien como paisajes sinestésicos, en los cuales un sujeto puede caer al abismo de la incomprensión, o elevarse a un estado de éxtasis religioso, es solo una cuestión de subjetividad.
En todo caso, la relación que se establece entre un intelectual y el tejido tosco de un cerebro me parece de un tremendo delirio sónico. Pero esto es tan solo una opinión improvisada.
Explícame brevemente tu concepto artístico y musical.
Si hay algo que nos hace verdaderamente humanos, eso lo hallaremos en el arte, porque en el arte se da la verdadera conexión con lo divino.
Es una búsqueda de uno mismo, que empieza por la transformación de la realidad, y por realidad entiendo la cotidianeidad sujeta a la convención a la que estamos abocados a vivir.
El arte es la vía de escape, la ruptura con el sí mismo para pasar a ser el todo. En el arte se resuelve la paradoja de la existencia, alcanzando así un verdadero estado de plenitud.
Es la vía por la cual transitar para poder descubrir el verdadero sentido de la belleza que subyace bajo cualquier átomo del universo.
Por eso, mi concepto artístico consiste fundamentalmente en la capacidad de extraer del gesto más nimio, o del objeto o situación más inmunda, un rasgo de sutil belleza, un estímulo sorpresivo o un hecho metamórfico para así poder ver lo que en apariencia es de una forma, de otra forma diferente.
El encanto del arte consiste en el poder de la transformación.
En cuanto a lo musical, considero la música como la gran expresión de lo abstracto, de lo subjetivo y de lo intangible, lo que deja lugar a una multitud de interpretaciones ilimitada entorno a la pieza musical, e incluso a la música en sí, ya que resulta muy ambiguo e insustancial decir si un conjunto aleatorio de sonidos con intervalos determinados de silencios es música o no lo es.
La música no requiere de ninguno de los elementos que la define, podríamos prescindir de cualquiera de ellos. Armonía, melodía o ritmo pueden ser suprimidos y seguir siendo música.
Tan solo hace falta que suene, y por lo tanto podríamos decir que un sonido cualquiera puede constituir un espacio musical. La música supera los límites de lo racional, por eso planea sobre el resto de expresiones artísticas, envolviéndolas.
Tal vez no todo lo que suena sea música, pero sí puede conformar parte de una pieza musical, por lo tanto, todo sonido conlleva de manera inherente la propiedad de musicalidad, de ahí que las posibilidades sean infinitas.
El mezclar, alterar, distorsionar, armonizar, conjugar, y desestructurar suponen las funciones del músico, transformar el ruido en música y así en arte. Llevar la expresión de los más profundos resquicios del ser al campo de las frecuencias sonoras, otorgar a las emociones forma de frecuencia.
Así mismo, mi concepto musical pasa por lo complejo para alcanzar lo simple, una sencillez en la que viene contenido el todo, un sonido al que los brahmanes se refieren como el AUM, y se trata del sonido cósmico del cual provienen el resto de sonidos, llegar a vibrar en esa frecuencia es como retornar al origen de lo musical.