La “no música” en tiempos de pandemia

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No me es para nada extraño que el sector musical sea el gran olvidado en los tiempos que corren. John Blacking decía que somos seres musicales por naturaleza. Somos y necesitamos música, pero: ¿para qué? Necesitamos música para no escucharla. Simplemente que esté ahí, para casi nada.

Llevo toda mi vida dedicado a la música, y en mi tierra, Extremadura, la música sirve para bien poco. La “maría” del sistema educativo y el espectáculo que sirve de entretenimiento a las masas.

Sólo cuando la música produce algún tipo de beneficio económico, o sirve de escaparate “extramuros”, tiene alguna importancia. Pero eso no es cultura. La cultura es otra cosa. Ahí reside un interés gubernamental que lo mancha todo, fruto de una sociedad desgraciadamente pasiva, que se alimenta de todo tipo de trivialidades sin cuestionar su valor.

Cuando en lo que hacemos hay un interés individual y no colectivo, no hay cultura; ni a eso se le puede llamar arte.

Lo que aquí se piensa, es que a los músicos se les hace un flaco favor por tocar, y nos hemos acostumbrado a eso. Un pensamiento que se ha convertido, hoy en día, en algo deliberadamente cultural.

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La “no música” en tiempos de pandemia

no música

La apuesta por la música es ofrecer pequeñas migajas, que los músicos toman arrodillados como una gran oportunidad para mostrar sus dotes artísticas. Dotes que el público ignora, pues no le interesa. La creatividad no está al servicio de la economía capitalista; y por ello, el músico se busca la vida, se reinventa hacia el pasado, se acomoda, y le ofrece a sus seguidores sonidos de toda la vida, para que beban y bailen al son de una música que no les pertenece.

No situar la música en el contexto que verdaderamente le corresponde, ha traído las consecuencias nefastas que ahora sufrimos. La música no es solo el mero divertimento de la plebe, es un hecho holístico, complejo y funcional, y que, como un mero lapsus, hemos pasado por alto. Convirtiendo la música en negocio, y no en parte indisoluble de la vida, hasta transformarla en el nuevo mainstream.

Hay, en definitiva, una profunda falta de conocimiento, producto de la escasa educación artística de nuestra sociedad.

gira de conciertos

Y así, los músicos se han acostumbrado a estar a mil cosas, que es como no estar a ninguna, simplemente para ganarse el pan. Y así, los músicos ya no son músicos, sino intérpretes. Y así, hemos acostumbrado al público a consumir, que no a escuchar. Por eso, la música se ha convertido en el telón de fondo de fiestas, de grandes concentraciones de borracheras y festivales, y, como a consecuencia de la pandemia ahora no hay nada de eso, tampoco hay música, o no toda la que nos gustaría. ¿Y nos extraña?

Hemos situado a la música en el lugar equivocado. En los “no lugares”, como diría Marc Augé. En un lugar de tránsito, en el espacio del anonimato. Por eso ahora, la música es la no música.

Más que oírla, la música debería pensarse, y por ello se ha convertido en el hazmerreir de la esfera artística, el pasatiempo de una sociedad dormida, y los músicos, cómplices de su muerte en vida.

Solo hay un camino: o reinventamos la forma en la que nos relacionamos con la música y nos repensamos como músicos, o estaremos destinados a vagar sin rumbo por una tercera dimensión. Sin darnos cuenta que, hasta ahora, somos prescindibles. Estaremos constantemente mendigando dignidad por una profesión que aporta más que sentido a la vida, y que necesita de la más alta cualificación humana para existir de verdad.

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