“Sarah Vaughan se acercó al micrófono y cantó «Body and Soul». Hacia el final de la canción moduló la melodía sobre una sorprendente cascada de novenas disminuidas. En ese momento, todos los músicos presentes sin duda pensaron: esta chica es más que una cantante, ¡tiene un músico en su garganta!”. Leonard Feather, crítico de Jazz.
En esta estrega os voy a hablar de esta mujer que fue más que una cantante, fue una auténtica dama del Jazz, cuyo talento vocal le llevó a convertirse en la musa y reina del Bebop, y que consiguió tener una carrera extensa y brillante que le proporcionó el apelativo de La Divina. Hablamos de la inimitable Sarah Vaughan.
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Sarah Vaughan, la reina Bebop
Sarah Vaughan nació el 27 de marzo de 1924 en Newark, Nueva Jersey.
Procedente de una familia muy musical (sus padres eran aficionados, y la pequeña Sarah siempre estuvo en contacto con ella), sus primeros aprendizajes musicales se dieron en la iglesia de su congregación, la Iglesia Baptista de Mont Zion, donde empezó cantando Góspel.
Pronto le apuntaron a clases de piano y órgano, convirtiéndose en órgano principal de su iglesia con tan sólo 14 años.
Como veis, es muy común que los músicos negros de EE.UU. se inicien en sus congregaciones religiosas, producto de la tradición africana, donde la música está presente en todas las actividades de la comunidad.
Además, siendo adolescente se escabullía por las noches para ir a los clubes nocturnos de la ciudad, donde actuaba como pianista o cantante. Finalmente abandonó los estudios.
Los primeros éxitos de Sarah Vaughan
Con 18 años, en 1943, se presentó al concurso de valores del Teatro Apolo (el mismo al que se presentó y gano años antes nuestra adorada Ella Fitzgerald) interpretando la canción Body and Soul.
Evidentemente ganó: 10 dólares y la posibilidad de actuar como telonera de las grandes orquestas del local durante una semana. Durante estas actuaciones conoció a personajes importantes, como la propia Ella Fitzgerald.
Además, sorprendió a todo el mundo con un estilo completamente personal basado en un canto eminentemente instrumental, en que hacía uso de la melodía como si fuese un saxo o un piano.
Su vibrato le hacía controlar su voz como hacían los músicos en sus improvisaciones.
Pronto pasó a trabajar para la orquesta de Billy Eckstine como pianista y cantante. Esta orquesta contaba con músicos de la talla de Dizzy Gillespie, Charlie Parker, Fats Navarro o Dexter Gordon, entre otros.
Esta banda fue la verdadera incubadora del Bebop y la verdadera escuela musical de nuestra protagonista, que ya se encontraba inmersa en la vorágine del Jazz.
Su primera grabación fue Wait to pride. Y pasó de la incubadora a la cuna del Bebop, que fue la orquesta de Earl Hines.
Esta etapa fue decisiva para el futuro de muchos de los músicos del momento, así lo expresaba Sarah: “tocábamos la música que queríamos, lo que sentíamos dentro. Intentábamos educar el oído al público. A veces lo conseguíamos y otras no, no tenía importancia. Éramos felices tocando de aquella manera”.
La primera de las grabaciones que tenemos de esta época es Night in Tunisia, de Dizzy Gillespie, con quien incluso grabó un disco, pero no tuvo mucho éxito. En 1945 realizó una nueva grabación, Lover man, junto a Dizzy Gillespie y Charlie Parker.
En la época pasó desapercibida. Sin embargo, fue descubierta años después, abriéndosele un sinfín de puertas.
Los mejores años de Sarah Vaughan
Conforme iban avanzando los años, Sarah iba forjando un estilo muy personal, anclado en la tradición, pero salpicado por tendencias Bop, Hardbop, e influencia de músicas brasileña y latina.
Además, era una artista habitual en el Café Society, un club nocturno de Nueva York que, a diferencia del Cotton Club, se vanagloriaba de tratar igual a blancos que negros (a los clientes, claro… los artistas seguían siendo monos de feria).
En este local se produjo la primera interpretación de Billie Holiday de Strange Fruit (ya sabéis ¿no?).
En 1949 era ya una artista consagrada como estrella individual. Contratada por Columbia, estuvo 5 años grabando grandes éxitos y colaborando con todo el mundo.
Esta compañía quería hacer de Sarah una cantante pop todoterreno para cualquier estilo, y podía, pero a ella no le interesaba y se aferraba al Jazz con una fuerza desmesurada.
Por eso, en 1954 rompió su contrato con Columbia, y se buscó una discográfica menos ambiciosa que le dejara hacer lo que ella quería.
Esa discográfica fue Mercury Records, con quien estaría hasta 1960, y que nos dejó las mejores grabaciones de la artista. Además, pudo hacer colaboraciones inolvidables con artistas como Cannoball Adderley, o la orquesta de Count Basie.
Mítico fue el concierto con la orquesta de Count en el Carnegie Hall, con artistas invitados como Billie Holiday o Lester Young, entre otros. Sin duda fue la época más prolífica de Sarah, con incluso varias giras europeas.
Los últimos años
Y así siguió su carrera, siempre pegada al Jazz, al alcohol y al tabaco, que finalmente le ganó la batalla. En los años 80 le detectan los primeros síntomas de cáncer pulmonar de rápida evolución. Moría el 3 de abril de 1980 en Los Ángeles.
Su vida privada fue movidita. Vivió en la época del Bebop, por lo tanto, la fiesta nocturna y los excesos estaban más que asegurados, y Sarah no se quedó atrás.
Se casó tres veces, siempre con hombres relacionados con el mundo del Jazz.
No pudo tener hijos, pero adoptó a una niña que años más tarde se convertiría en la actriz París Vaughan. Y fue miembro de la hermandad de mujeres negras Zeta Phi Beta.
No se saben muchos más datos de su vida… Ya sabéis, ser mujer negra en un mundo de hombres, incluso teniendo un talento sobrenatural, pues no era fácil, y el Jazz ha sido un auténtico “campo de nardos” compitiendo por ver quién tenía el instrumento más grande, y, mientras, ellas a la sombra…
Sarah Vaughan ha sido una de las mejores cantantes que ha dado la música al mundo, con un talento descomunal, y que fue considerada por muchos como una músico para músicos, pues fue más reconocida por sus compañeros que por el público en general…, y es una pena, la verdad.
Por eso os invito a que bajéis las luces de la habitación en la que estéis, y que os regaléis 2 minutos y medio de soledad con Sarah y su How High the Moon. Si esto no os conmueve, no sé qué más deciros.
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