Fígaro – Algunas cosas

Iba a escribir, y procurar llegar a tiempo para la entrega (siempre me retraso y por eso, públicamente, pido perdón a las buenas gentes de la redacción de La Carne), sobre unos cuantos libros de música, o mejor, sobre unos cuantos libros que tratan de LA MÚSICA que en casa tengo; bastantes son regalos, otros los he robado, y algunos son adquisiciones que he hecho a lo largo de la vida (jóooooeeerrr, como suena “a lo largo de la vida”, je, je, no me digas que me parezco a Coelho, colega, que me da algo), pero han pasado ciertas cosas, he vivido ciertas experiencias (¿más coelho?) y además se nos ha muerto Peret, el padre de la rumba catalana (y que yo escuché mucho de niño, gracias, o por culpa, de mi padre).

No me resisto y les voy a transcribir un par de párrafos de uno de esos libros. Se titula, nada más y nada menos, “La religión de la música”, de la editora Pentagrama, Ediciones Ave, Barcelona 1945, de Camille Mauclair. Ahí va una de las perlitas, <<puede darnos, en pleno modernismo ateo, el espectáculo místico de las exaltaciones de la Edad Media, con sus monjes, sus alucinados, sus ritos, y también con sus grandes santos, desde San Agustín, que en esta religión se llama Beethoven, hasta San Francisco de Asís, al que llamamos César Franck>>. Esta reflexión, la que a continuación sigue, está dedicada a l@s compositoras/es, <<jamás déspota alguno fue obedecido con tal fervor, con tal absoluto renunciamiento de la multitud, y éste es el secreto más asombroso de la música y lo que hace de ella algo más que un arte: una fuerza de la naturaleza, la intervención de la divinidad>>. Claro, un@ si se toma esto en serio acaba “tolai” (que es como El Chino se referirse a los colgaos). Tengo otros sobre los que quería escribir, perooooooo, pero no tengo espacio si de otras cosas quiero hablarles, aunque sí cito los títulos, pa que intuyan, “Los grandes problemas de la música” de Jaime Pahissa (editorial Ricordi, Buenos Aires, 1956); “Estética aplicada a la música” de José Forns (Talleres Gráficos Mariscal, Madrid, 1929); “La ópera” de Tranchefort (editorial Taurus, 1985); “La orquesta y sus instrumentos” de Corneloup (Sucesores de Juan Gili, editores, Barcelona, 1969).
Mi amigo, colega y compañero (de conversaciones, fiestas varias y de un disco que se ha quedado, por el momento, en paños menores, “Yo no vivo, yo ardo”, pero del que hicimos cinco memorables bolos) “El Chino”, genial compositor, genio y figura, “tolai” maravilloso, visionario y guitarrista, se va, primero, a las llamadas “Islas Afortunadas”, a sacar una pasta que aquí no gana (pequeño pueblito este mío, Reseca), y luego llegará a Chile, desde donde le han llamado para “tener una residencia”, esto es, para poner en pie un proyecto de arte sonoro en diferentes ciudades del país hermano hispanoamericano. Otro que se tiene que ir de aquí. En fin, que te vaya muy, pero que muy bien, momia.
Me junté la otra noche con Crhisto, Filo y Bostoniano. El primero es flamenco, el segundo filósofo (licenciado en filosofía) metido a roquero, y el último es un músico callejero con estudios universitarios que va vagamundeando por todos los sitios habidos y por haber. Unas cervezas, una charla animada sobre, se lo juro a ustedes, el grupo poppie Radiohead (que a mí no me gustó ni me gusta), unas risas, y a cantar y bailar en la parte antigua hasta que a las 5:30 a.m. nos expulsó de allí el hambre.
Por último, se nos ha muerto Peret. Mi padre ponía mucho sus discos, aquellos de 45 rpm, los chiquininos con portadas imposibles, y yo cantaba a voz en grito “borriquito como tú, tururú”. Tengo uno de esos discos enmarcado en mi despacho (“despacho” es un concepto generoso para describir mi leonera), aparece el Gran Peret enfrente de una gasolinera montado en una bicicleta azul, y el disco se titulaaaaaaa:, “Yo no quiero gasolina”, TRAKATÓN.

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